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Mi Capricho

Navarra

EL MARTINTXO (Pamplona)

EL MARTINTXO (Pamplona)

Nombre: Asador – Sidrería Martintxo

Dirección: Irunbidea 1 – 31.190 Cizur Menor

Teléfono: +34 948180020

Web: www.martintxo.com  

Día: 25 de julio de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 3

Capacidad: un güevo!

Servicio: 8,00 Comida: 8,50 Nota media: 8,25

Precio Total: 190,84 € IVA INC Por Persona: 63,61 €

Comentario: ¿cómo explico yo hacer 500 km para ir a comer?¿cómo justifico los 33 lt de gasolina, los 14 € en peajes?... pues fácil, porque es un sitio es un sitio estupendo!!!! (vale, los tres energúmenos que íbamos en el coche debemos tener alguna tara mental, pero eso no importa).

Para llegar esta bien desde la autopista, hay hasta cartelito (acorde con el código de circulación y todo, nada de horteradas), aparcar… un poco más complicado pero factible. El local… en la entrada tienen un alcoholímetro, ¿qué más se puede pedir?. Es un edificio grande, que se reparte en áreas, una entrada/bar, con la cocina detrás, la sidrería, y una zona más elegante en el piso superior donde me da que pueden hacer hasta bodorrios y similares. Yo no pase de la sidrería, y de meterme en la cocina a dejarle una muestra de changurro a Carlos (el cocinero). Todo madera y piedra, muy bonito, agradable, con un hilo musical suavecito que te invita a comer pausadamente, la temperatura perfecta (fuera unos 35ºC). Los baños limpios en extremo, con un dispensador de vitamina B (los de condones son en los pubs).

El servicio muy agradable, atento, están pendientes de cuando terminas para cambiarte el plato y traerte el siguiente, así consiguen que la experiencia sea un continuo ir y venir de excelencias culinarias sin esperas. Detalle positivo, de esos que marca la diferencia, nos cambiaron el plato (y cubertería) entre los dos chuletones para que tuviesen la temperatura adecuada y no se mezclasen sabores. Quizá, cuando nos presentaron el vino, podrían haber servido ellos, ese típico “quién prueba?”, “le ha gustado?”, por si la botella no está al nivel de lo que sale de la cocina… pero no podían fallar era un Malleolus.

Empezamos con una caña en el bar… que hay que hidratarse después de viajar, en perfecto maridaje (que pijo me ha quedado) por la tapa que nos pone Carlos, unos mejillones de La Rochelle, al vapor, acompañados de unas lascas de pan con aceite de oliva de la zona (variedad Arróniz, autóctona de Navarra). Los moluscos en cuestión, pequeños pero sabrosos, y el pan (la torta de la zona, que debe ser un cacharro de 5 o 6 kg) espectacular.

Nos liamos en la mesa con la elección, una carta de vinos, una de sugerencias, la carta en si… Fede me recomendó una serie de cosas, todas pedí, pero desgraciadamente no todas disponibles. Lo que se nota es la calidad y el mimo con que se hacen las cosas, incluso en las cartas. Premonitorio.

Así que nos decantamos por un poco de verde, y luego la especialidad… la carne.

Para empezar unos cogollos de Tudela, con su tomate, su cebolleta y su bonito… así la presentación da buena imagen, con material de primera, de huerta propia, sabores suaves y armónicos. Luego unas alcachofas artesanas… cósmicas, espectaculares, tiernas hasta hartarse. La gracia es que las tienen todo el año, ya que tienen cosecha propia con método de producción propio… al que se pase por ahí, por Dios, que las pida. Intentamos los guisantes y las setas, pero no había.

Pasamos a las carnes, división de opiniones, como en los toros, así que una de cada. Cochinillo de Segovia a la leña, corderito lechal “raso navarro” (21 días) a la leña y chuletón de buey (dry age).

Traducido para el resto de los mortales, un plato mixto de cordero y cochinillo, servido en fuente de barro, espectacular (tendré que buscar sinónimos, que es la tercera vez que la uso) carne muy tierna, en su punto de sal, sin acompañamiento. Esto último llama la atención, pero la verdad es que cuando has terminado con el plato te das cuenta que de que en otros sitios te lo dan sólo para enmascarar lo que hacen.

Luego un chuletón, que fue seguido de un segundo más grande. Tierno, lleno de sabor, se nota que es carne “vieja” (de esa que se deja colgada cual chapa chorizo una temporada, dícese unos 25 días, de ahí lo de “dry age”), la cocción perfecta, y cuando digo perfecta es eso, y en su plenitud. El día que Dios haga chuletones, los querrá hacer como estos. Mantienen la temperatura mientras le das candela, el corte es fantástico.    

Para terminar, de postre una selección de quesos de oveja. A este respecto hay que decir que tienen una colección digna de mención. En nuestro caso fueron 5 variedades distintas, llamándonos la atención una especie de picón de color naranja de sabor potente pero untuoso. Había 2 mermeladas por si queríamos hacer experimentos (que por supuesto hicimos).

En todos los platos se nota la obsesión por la calidad de la materia prima, siendo la mayoría de producción propia.

En cuanto a la parte alcohólica nos decantamos por un “Malleolus” del 2.006, el reserva de Emilio Moro para la carne (100% Tinta fina, fermentación maloláctica en barrica parcial., envejecido durante 18 meses en barricas de roble francés Allie), y una botellita de blanco dulce de Navarra “1150 dc”, regalo de Carlos, para el maridaje con los quesos.

Luego los cafés, y los gin-tonics de Martin Miller… Nacho, un escocés, conseguimos que no pidiese un valenciano.      

Conclusión: maravilloso, el servicio impecable, la calidad de los productos inmensa, la preparación y la presentación es simplemente acojonante. Es caro (63 €, sin pagar las cañas ni la botella de vino blanco ni el escocés) pero la relación calidad-precio es muy buena. Merece la pena repetir, en mi caso, y conocerlo si no se ha ido nunca.