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Mi Capricho

LA YERBITA (Sobarzo)

LA YERBITA (Sobarzo)

Nombre: Taberna Restaurante La Yerbita

Dirección: Calle El Dueso 3 – 39627, Sobarzo

Teléfono: +34 942563600

Web:

Día: 13 de octubre de 2013

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 5

Capacidad: unas 60 personas

Servicio: 8,00 Comida: 8,50 Nota media: 8,25

Precio Total: 164,20 € IVA INC Por Persona: 32,84 €

Comentario: Domingo, domingo de esos que te levantas porque has quedado para el vermut en pleno delirio nocturno, y no vas a hacer el feo claro está! Y no se le ocurre a la gente cosa más divertida que ir de comida a un pueblecito de irreductibles cántabros en medio de la montaña.

Nos presentamos sin haber reservado (una osadía, que nos salió bien porque no llovía y pudimos comer fuera). He de decir que aparcar puede ser un pelín peliagudo si no se tiene suerte, y se aparca a la puerta como hizo uno de los presentes. Transportes comunales están descartados, no es el centro de Madrid, y no hay metro. Así que ojo con el coche, y ese maravilloso concepto de compartir....

El local es una antigua casona, reconvertida en restaurante, con eso creo que describo todo en cuanto a  estética. Muy limpio, cuidado, con botellas de vino por todas partes, algunas autenticas joyas. La mesa es digna de un restaurante de nivel (mantelería y demás). Los servicios están en el piso de arriba, lo cual es una chapuza potencial si estas comiendo abajo, y te has bajado un par de botellas de vino… ¿Pero quién no asume riesgos  de vez en cuando?

El servicio es un punto fuerte, atentos, serviciales, profesionales. Si señor! Que al chaval se le olvidase servirnos la segunda botella de vino que pedimos dos veces (una de ellas en la barra por cierto) es un detalle técnico sin importancia. Entre la cantidad de trabajo, y el despiste, la excusa está servida. Eso sí, al final compensó el error (casi se fustiga, pero conseguimos convencerle de que no era necesario).

Hay que decir del servicio, que son capaces de venderte a su madre, si fuese un plato de comida o una botella de vino… entre los nombres exóticos de los platos, como lo explican, como te ponen del revés con el maridaje con su carta de vinos, la parafernalia mientras sirven, o sea, todo, incita al consumismo sin el más mínimo pudor.

Decidimos por la táctica estándar de compartir un montón de guarradas y luego un plato por cabeza. Optamos por una croquetas caseras, un divirin, y unos huevos escalfados, para luego castigarnos con una tanda de atún y venado (ya tenía yo que dar la nota); los postres de rigor, el café y pá casa.

Croquetas caseras… caseras (y si no lo son, que me digan dónde compran el congelado), de jamón,  de hongos (ahora mismo no me acuerdo de que variedad) y de bacalao con espinacas. Alucinantes, una textura digna de las de la abuelita más dotada, un sabor muy fino y nítido. La única pega es que las raciones no están diseñadas para compartir por lo que como mucho un cacho de cada para comensal.

Los huevos escalfados… huevos escalfados y trufados, ¡una ambrosía! Los huevos los han escalfado en parte usando aceite trufado, lo que se nota, la cama es de patatas fritas en aceite trufado, más sabor todavía, y la montaña de jaspeado de trufa que le pone le camarero delante de ti, mientras te explica unas milongas sobre variedades de trufas y las épocas más indicadas para ellas, le da el toque final. Merece la pena subirse ahí sólo por este plato.

El queso, un divirin de Cantabria, hecho al horno con tres mermeladas, una de cebolla, una de tomate y una de pimiento. El queso en si estaba para untar, haciendo maridaje con las distintas mermeladas (aunque solo tenía mucha prestancia). A mí personalmente me gusto muchísimo la de pimiento, me parecía que tenía más personalidad, y era capaz de sobrevivir al queso.

Atún, un taco de atún, tratado como si fuese un chuletón a la hora de hacerlo, doradito por fuera, poco hecho por dentro, acompañado de cuatro verduritas, con una salsa muy líquida que se mezcla con wasabi (si se quiere claro, y si te gusta el picante). Una textura muy lograda, nada apelmazado, sabroso y muy jugoso… mantequilla en el paladar.

Lomo de venado… con una reducción al oporto y foie a la plancha. Unas verduras por decir que no todo era colesterol. Increíble, una carne fina pero potente de sabor, muy lograda la mezcla, con el foie en su punto justo de plancha. Para mí, después de los huevos lo mejor en la parte de salados.

Como punto de referencia, está el pan (que por cierto te cobran, pero justamente)… mucha variedad en la cesta, muy rico. Algo raro actualmente, donde todo el mundo tira de material congelado de mala muerte.

Postres… helado! Los demás sobran en el comentario… casero, de esos buenos que se hacen en la zona, con un cierto retrogusto a queso (prueba de que se ha usado materia prima natural). La tarta de queso, la tarta de la abuela, y no me acuerdo de que cosa rara de chocolate, palidecen frente al helado.

Vino: después de intentar vendernos unas diez botellas distintas (yo me perdí en la tercera prolija descripción) nos dejamos llevar por el camarero y la enóloga que teníamos en la mesa. Un Pago del Vicario “Penta”, una mezcla de Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot, y Petit Vedot, de ahí su nombre. De la D.O de Castilla la Mancha. Plano en boca, con notas de frutos rojos (o eso decía el gachó) y chocolate, plano en lo demás, fácil de beber y mezclar con todo. Rico pero sin ninguna personalidad.

Como se olvidó de la segunda botella, nos regaló una estupenda para el postre, un vino dulce de Martín Verasategui, salido de Valladolid, untuoso, te llenaba la boca a cada trago (justo lo opuesto al anterior) con un dulce refinado que acompañaba bien a  los postres.

Conclusión: uno de los mejores sitios que he ido en mucho tiempo, sobre todo teniendo en cuenta el ratio calidad/precio. Una  cocina esmerada, un trato amable y atento, reposo a la hora de comer (no te hacen doblar mesa), un saber hacer de la comida un placer para su cliente… muy recomendable. Sobre todo si no eres el que lleva el coche.

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