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Mi Capricho

Cantabria

Restaurante BOGA-BOGA (S. Vicente de la Barquera)

Restaurante BOGA-BOGA (S. Vicente de la Barquera)

Nombre: Restaurante Boga-Boga

Dirección: Plaza de José Antonio, 9 – 39540 S. Vicente de la Barquera

Teléfono: +34 942710150    

Web: www.restaurantebogaboga.es           

Día: 9 de octubre 2015

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 2

Capacidad: 80 personas

Servicio: 7,50 Comida: 6,00 Nota media: 6.75

Precio Total: 89,90 € IVA INC Por Persona: 44,95 €

Comentario: después de dos años de vacaciones como escritor de best-sellers de alta alcurnia gastronómica, que no de buen comer, vuelvo…

Bien, ésta vez nos vamos uno de mis fieles escuderos (Nacho) y yo a San Vicente de la Barquera, pueblo marinero y de bien, conocido por ser la cuna de ese gran artista de renombre, Bustamante, su espectacular estuario y monumentos como el Castillo o la iglesia de  Santa María de los Ángeles.

Para empezar, poder poner Avenida del Generalísimo en el Tom-Tom no tiene precio! Segundo aparcar en la Plaza de José Antonio… cosa que tiene mérito porque faltan plazas donde dejar un vehículo, es otro puntazo! Lo dicho, aparcar es infernal si no se tiene mucha suerte, pero es divertido ver la cara de algunos cuando se dan cuenta de los nombres es impagable.

Este restaurante es un clásico, conocido sobre todo por su marmita de bogavante, y está en pleno centro, en los soportales. Dispone de una terracita, que para el verano está muy bien (si exceptuamos que da a la calle principal, y que pasan todos los coches del mundo por ahí. Nosotros optamos por dentro. Entras en el bar, y luego está la sala propiamente dicha (no apta para claustrofóbicos por no disponer de una sola ventana, tragaluz o similar). La decoración es marinera, de hecho, da sensación de estar en el interior de un velero. Limpio, ordenado, clásico, muy iluminado y calidad (la mantelería de tela). Las mesas a veces un poco juntas, y se nota cuando un bebé se pone a reclamar su parte alícuota de comida… Las conversaciones no se notan más que como un murmullo.

El servicio, bueno, de los mejores que recuerdo últimamente, atentos sin ser pesados, amables y cuando hizo falta dieron explicaciones. Nos tocó el novato, que era hijo del metre seguro (mi compañero le aturulló con par de preguntas, y el chaval se espabiló en mandarnos al profesional, muy divertido).

Primero… tomate de la huerta, con aceite de oliva y un pelín de sal gorda. Sugerencia de la casa. La verdad es que más simple es difícil, pero muy logrado porque nos productos son muy buenos, sobre todo el aceite, de ese “toma pan y moja”. Luego unas almejas a la marinera en sartén (ná de presentaciones raras, en la sartén). Almejas de verdad. Sabrosas, llenas de sabor y hechas justo en su punto, cosa que tiene su cierta complicación, porque echarlas a perder es muy fácil. La verdad es que necesitamos más pan.

Segundos… Una lubina, y una ración de rodaballo. La lubina sólo se puede definir como estupenda, muy fresca, hecha a la perfección al horno  con una nuez de puré. La verdad es que comer pescado de está calidad y tan bien hecho hace cogerle afición a los frutos de la mar. La pega, que si no esto parece un anuncio… si ponen un plato más pequeño como directamente sobre el mantel, la presentación queda muy bien, pero cuando te tienes que pegar con el pescado es un asco.

Y ahora viene la catástrofe, herejía, motivo de escarnio y fusilamiento al amanecer… el rodaballo. Qué parte de “el rodaballo no se lonchea” no hemos entendido? Dios que desgracia, se me pusieron los ojos como platos, de hecho pesé en mi inocencia que se habían equivocado de plato. Y Nacho casi tiene un derrame cerebral, que era su plato. El pescado en si estaba fresco (aunque podría haber sido congelado, si fuese otro garito), de buen sabor, textura. Pero claro, si lo loncheas, no puedes hacer correctamente la grasa, que es la gracia de este pescado en particular, con lo que una cosa potencialmente sublime (como la lubina) se va al traste.

En ese momento, mi muy triste/cabreado/alucinado compañero llama al jovenzuelo, se lo explica (la cara del camarero no tenía precio), y mientras sigue comiendo ruta (del verbo rutar), y va desperdiciando el 40% del plato. Y aparece el profesional, con un rodaballo como Dios manda (bien, bien para 3 o 4 personas), partido por la mitad (para lonchearlo) y nos explica que al pedir una ración lo tienen que preparar así. A lo cual, le decimos que es un problema de información/venta al público… si nos dice que ese bicho está disponible, nos lo hubiésemos pedido entero, y entonces sí, sí que estaría bien hecho, al horno!. Aquí se demuestra el buen servicio y buen hacer.

Para bajarnos todo, nos decantamos por un Marqués de Riscal blanco (verdejo) de 2014… pálido, limpio y brillante. Muy fresco y directo, persistente al final. Un buen ejemplo de verdejo, técnicamente bien hecho por gente que sabe de qué va esto.

Para terminar postres  Gintonic de Martin Millers… cargadetes, e invitados por la casa. La verdad es que lo suyo hubiese sido invitar el plato de rodaballo y cobrarnos las copas, pero bueno, tampoco le voy a buscar las vueltas.

Conclusión: restaurante tradicional, de comida tradicional, con muy buen servicio, buen producto, donde comer pescado y marisco es una delicia (cuando no lo destrozan por “ración”). Eso sí, no es un regalo, ni mucho menos. Para volver un día de estos y pedir pieza, no raciones.   

LA YERBITA (Sobarzo)

LA YERBITA (Sobarzo)

Nombre: Taberna Restaurante La Yerbita

Dirección: Calle El Dueso 3 – 39627, Sobarzo

Teléfono: +34 942563600

Web:

Día: 13 de octubre de 2013

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 5

Capacidad: unas 60 personas

Servicio: 8,00 Comida: 8,50 Nota media: 8,25

Precio Total: 164,20 € IVA INC Por Persona: 32,84 €

Comentario: Domingo, domingo de esos que te levantas porque has quedado para el vermut en pleno delirio nocturno, y no vas a hacer el feo claro está! Y no se le ocurre a la gente cosa más divertida que ir de comida a un pueblecito de irreductibles cántabros en medio de la montaña.

Nos presentamos sin haber reservado (una osadía, que nos salió bien porque no llovía y pudimos comer fuera). He de decir que aparcar puede ser un pelín peliagudo si no se tiene suerte, y se aparca a la puerta como hizo uno de los presentes. Transportes comunales están descartados, no es el centro de Madrid, y no hay metro. Así que ojo con el coche, y ese maravilloso concepto de compartir....

El local es una antigua casona, reconvertida en restaurante, con eso creo que describo todo en cuanto a  estética. Muy limpio, cuidado, con botellas de vino por todas partes, algunas autenticas joyas. La mesa es digna de un restaurante de nivel (mantelería y demás). Los servicios están en el piso de arriba, lo cual es una chapuza potencial si estas comiendo abajo, y te has bajado un par de botellas de vino… ¿Pero quién no asume riesgos  de vez en cuando?

El servicio es un punto fuerte, atentos, serviciales, profesionales. Si señor! Que al chaval se le olvidase servirnos la segunda botella de vino que pedimos dos veces (una de ellas en la barra por cierto) es un detalle técnico sin importancia. Entre la cantidad de trabajo, y el despiste, la excusa está servida. Eso sí, al final compensó el error (casi se fustiga, pero conseguimos convencerle de que no era necesario).

Hay que decir del servicio, que son capaces de venderte a su madre, si fuese un plato de comida o una botella de vino… entre los nombres exóticos de los platos, como lo explican, como te ponen del revés con el maridaje con su carta de vinos, la parafernalia mientras sirven, o sea, todo, incita al consumismo sin el más mínimo pudor.

Decidimos por la táctica estándar de compartir un montón de guarradas y luego un plato por cabeza. Optamos por una croquetas caseras, un divirin, y unos huevos escalfados, para luego castigarnos con una tanda de atún y venado (ya tenía yo que dar la nota); los postres de rigor, el café y pá casa.

Croquetas caseras… caseras (y si no lo son, que me digan dónde compran el congelado), de jamón,  de hongos (ahora mismo no me acuerdo de que variedad) y de bacalao con espinacas. Alucinantes, una textura digna de las de la abuelita más dotada, un sabor muy fino y nítido. La única pega es que las raciones no están diseñadas para compartir por lo que como mucho un cacho de cada para comensal.

Los huevos escalfados… huevos escalfados y trufados, ¡una ambrosía! Los huevos los han escalfado en parte usando aceite trufado, lo que se nota, la cama es de patatas fritas en aceite trufado, más sabor todavía, y la montaña de jaspeado de trufa que le pone le camarero delante de ti, mientras te explica unas milongas sobre variedades de trufas y las épocas más indicadas para ellas, le da el toque final. Merece la pena subirse ahí sólo por este plato.

El queso, un divirin de Cantabria, hecho al horno con tres mermeladas, una de cebolla, una de tomate y una de pimiento. El queso en si estaba para untar, haciendo maridaje con las distintas mermeladas (aunque solo tenía mucha prestancia). A mí personalmente me gusto muchísimo la de pimiento, me parecía que tenía más personalidad, y era capaz de sobrevivir al queso.

Atún, un taco de atún, tratado como si fuese un chuletón a la hora de hacerlo, doradito por fuera, poco hecho por dentro, acompañado de cuatro verduritas, con una salsa muy líquida que se mezcla con wasabi (si se quiere claro, y si te gusta el picante). Una textura muy lograda, nada apelmazado, sabroso y muy jugoso… mantequilla en el paladar.

Lomo de venado… con una reducción al oporto y foie a la plancha. Unas verduras por decir que no todo era colesterol. Increíble, una carne fina pero potente de sabor, muy lograda la mezcla, con el foie en su punto justo de plancha. Para mí, después de los huevos lo mejor en la parte de salados.

Como punto de referencia, está el pan (que por cierto te cobran, pero justamente)… mucha variedad en la cesta, muy rico. Algo raro actualmente, donde todo el mundo tira de material congelado de mala muerte.

Postres… helado! Los demás sobran en el comentario… casero, de esos buenos que se hacen en la zona, con un cierto retrogusto a queso (prueba de que se ha usado materia prima natural). La tarta de queso, la tarta de la abuela, y no me acuerdo de que cosa rara de chocolate, palidecen frente al helado.

Vino: después de intentar vendernos unas diez botellas distintas (yo me perdí en la tercera prolija descripción) nos dejamos llevar por el camarero y la enóloga que teníamos en la mesa. Un Pago del Vicario “Penta”, una mezcla de Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot, y Petit Vedot, de ahí su nombre. De la D.O de Castilla la Mancha. Plano en boca, con notas de frutos rojos (o eso decía el gachó) y chocolate, plano en lo demás, fácil de beber y mezclar con todo. Rico pero sin ninguna personalidad.

Como se olvidó de la segunda botella, nos regaló una estupenda para el postre, un vino dulce de Martín Verasategui, salido de Valladolid, untuoso, te llenaba la boca a cada trago (justo lo opuesto al anterior) con un dulce refinado que acompañaba bien a  los postres.

Conclusión: uno de los mejores sitios que he ido en mucho tiempo, sobre todo teniendo en cuenta el ratio calidad/precio. Una  cocina esmerada, un trato amable y atento, reposo a la hora de comer (no te hacen doblar mesa), un saber hacer de la comida un placer para su cliente… muy recomendable. Sobre todo si no eres el que lleva el coche.

CASA JUYO (Monte)

CASA JUYO (Monte)

Nombre: Bar – Restaurante Casa Juyo

Dirección: Bº Monte-Corbanera, 50 – 39.012 Santander

Teléfono: +34 942345531

Web:  

Día: 21 de diciembre de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 4

Capacidad: 40 personas

Servicio: 6,50 Comida: 8,00 Nota media: 7.25

Precio Total: 100,00 € IVA INC Por Persona: 25,00 €

Comentario: Esta crítica es una obra social, para ayudar a todo el mundo a comer buen pescado y buen marisco, para educar a los niños en el maravilloso mundo de la higiene, y de la comida saludable.

Casa Juyo esta donde Dios perdió la boina, en medio de las callejuelas y praderios de Monte, así que el coche es imprescindible, aparcar es un infierno, y el local es lo menos glamuroso desde que hay. Recomiendo usar antes el google para saber donde anda. Por cierto, el nombre viene de Julia y Yo...

El local se divide en tres, la terraza (que para cuando hace bueno las rabas del domingo son una maravilla), el comedor, y el bar en sí. Típico ambiente de bar de pueblo. Un sitio que cuando hace bueno hace que la terraza sea una delicia. El resto es para quemarlo...

El servicio es peculiar, el camarero (a la sazón dueño del tugurio) habla más que yo (y mira que es difícil), es un liante, un truhán, y asevera que ha pescado (aunque no hay constancia escrita) por lo menos un cachalote o similar y ha cogido percebes del tamaño de la virilidad de Ron Jeremy. Eso si es más majo que las pesetas, y no miente en cuanto a la calidad. Así que antes de reservar mesa os recomiendo negociar con él el menú y cerrar el precio (lo que implica ir y tomarse un algo, como las rabas o las “piruletas”).

En cuanto te sientas en la mesa, hay un ritual obligatorio, pasar la servilleta de papel por los cubiertos, el plato y el vaso. Decir que están sucios o con restos del anterior es mentir, pero su imagen no es todo lo pulcra que debería ser. Así que ya sabéis, niños hay que ser limpios con las cosas del comer… (obra social, ya lo dije).

Luego la cosa esta en disfrutar, el marisco es muy rico y muy fresco, pero el pescado es alucinante, simplemente está a otro nivel.

Para cuatro nos sirvieron, cuatro nécoras (cangrejo de medio tamaño), dos bueis de mar, un centollo, y dos lubinas…

El marisco estaba muy bien preparado, las nécoras eran casi todas hembras, uno de los bueis también, hechos con vinagre en vez de con vino blanco (realza el sabor), el centollo un poco vacio (no era la mejor época para su degustación) pero no nos vamos a quejar.

Y por último las lubinas, pescadas cuatro horas antes, más fresca imposible, hechas a la plancha… con diferencia lo mejor de la cena. Simplemente espectaculares. En su punto óptimo de cocción, sabrosas y sin aditivos. Comer pescado así es un lujo. Así que niños ya sabéis Mc Donals caca, pescado bueno…

El vino lo puso uno de los comensales, una botella de albariño y una de blanco de rioja. Opcionalmente teníamos blanco de barrica de toda la vida (ese que cuando te bebes dos vasos vas con una colodra digna de ser contada a los nietos).

Luego unos cafés (alguno con un cierto porcentaje alcohólico) y los gintonics…     

Conclusión: si eres un forofo del buen pescado, no te importa negociar la cena a la hora de los blancos y no eres lo más escrupuloso (por lo menos no había restos de los anteriores, un detalle), resulta un sitio muy interesante, donde van los viejos de la zona a hacer sus partidas de tute y mus.

EL TEJO (Solares)

EL TEJO (Solares)

Nombre: Mesón El Tejo

Dirección: Calle El Ferial – 39.710 Solares

Teléfono: +34 942520714

Web:  

Día: 20 de octubre de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 2

Capacidad: 50 persona

Servicio: 7,80 Comida: 8,20 Nota media: 8,00

Precio Total: 103,26 € IVA INC Por Persona: 51,63 €

Comentario: Cuando uno llega, y se pone en delante del edificio, piensa que está delante de un puticlub (perdón local de cabaret) de los años 50 en el mejor de los casos. Ahora bien cuando estás en la puerta, y ves las botellas enfrente tuyo la perspectiva cambia un poco, te das cuenta de que entras en un restaurante con un par.

En cuanto a llegar hay dos opciones, tren o coche… una vez hecha la prueba recomiendo encarecidamente el tren (los de tráfico están al acecho). Para aparcar está muy bien la verdad, eso no es problema.

El local se divide en dos alturas en la parte baja esta la barra, un par de mesas y un reservado, donde cierta normativa vigente en locales de restauración puede ser evadida si se tiene un poco de confianza con el propietario. En el piso de arriba un montón de mesas. El estilismo es típico de hace 40 años, mucha madera, colores un tanto oscuros (el piso de abajo es un poco claustrofóbico a mi entender) pero está muy, muy limpio, y la mantelería es de calidad.

El servicio es bueno, como mi compañero de tribulaciones conocía al dueño el trato fue un tanto más distendido y casero. Honradez (no venden nada que no tengan bueno), amabilidad y están razonablemente atentos a que haces en la mesa. Y listos, te sirven el vino lo primero. Yo lo definiría como campechano.

Empezamos con una de caricos y una de cocido montañés. Los caricos son una variedad de alubias rojas, que estaban de muerte, muy tiernas, mucho sabor, y sin que sirva de precedente para los turistas que asocian la comida de la región al compaño, sin este (es la receta, que hace que sean las alubias solas, porque no necesitan nada). La ración era digna de un macho adulto del norte (una fuente como Dios manda). El cocido era denso, con compaño para dar y tomar (personas con problemas cardiacos abstenerse), muy rico y sabroso (llenaba la boca y era persistente), pero no llega al nivel del plato antes referido. La cantidad, según el estándar del norte, para adultos… Si hubiésemos sido personas sensatas nos habríamos ido justo después de esta platada, como no, atacamos los segundos, pero como había que sacrificarse para el blog...

Los segundos fueron una de rabo de toro y una de manos de cerdo. No contentos con eso, probé la especialidad el gallo de corral (casi como postre). Yo le di candela a las manos, y puedo decir que hace años que no pruebo unas así de ricas, estaban muy logradas en cuanto a sabor (adicionalmente, la salsa era para pulirse una barra de pan) y en cuanto a la textura era fina y no especialmente pegajosa (cosa que puede pasar con las manos). El rabo estaba muy rico también, muy tierna la carne y con mucho sabor (además las patatas fritas eran caseras). El pollo de corral (especialidad de la casa) esta exquisito, muchísimo sabor, servido con la verdura del guiso, tierno y potente.

La comida puede ser definida más como casera y hecha con cariño que gastronómica, esto es las antípodas de Ferrán Adriá (vale que no es la misma filosofía). Es el típico ejemplo de buena comida de la región, platos sencillos basados en materia prima de primera clase.

Para el vino nos decantamos por un clásico de Rioja, el Viña Pomal, rva del 2007, que es un vino fácil de beber, no está muy estructurado, es algo astringente, no es especialmente ácido, y con sabor a fruta roja. Dos personas, dos botellas, o sea, bien.

Pasamos del postre… aunque ya nos propusieron cosas como la tarta de queso. Eso si el café fue acompañado de unos gintonic del país, que necesitábamos ayuda para la digestión.

Conclusión: si vas en tren, tienes hambre, no eres un rojo (o no hablas de política), te gusta comer “casero”, pásate por aquí. Son amables, campechanos y si no haces el animal como nosotros posiblemente te saga a un precio más comedido.

ABUELA MARÍA (Cueto)

Nombre: Asador – Restaurante Abuela María

Dirección: Calle Bellavista 28 – 39.012 Santander (Cueto)

Teléfono: +34 942393161

Web:  

Día: 7 de julio de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 6

Capacidad: 100

Servicio: 1,00 Comida: 4,50 Nota media: 2,75

Precio Total: 134,30 € IVA INC Por Persona: 22,38 €

Comentario: Deplorable, infame, vergonzoso, ignominioso. Esta es mi buena acción de mes, un aviso al público.

A ver, se supone que vamos a un asador de los de toda la vida, con su cierto renombre, de una calidad media decente. Y nos encontramos con esto, que justifica el uso de la hoguera en el s.XXI.

Para aparcar, mal. Pero eso ya se sabe, estás en la mitad de Cueto, todo callejuelas, y casitas unifamiliares. Ajo y agua. Y además, mucho autobús municipal no hay (y menos a las 10 de la noche).

El local se reparte en dos estancias, el comedor, que es lo primero que te encuentras, y la cocina/bar al fondo. La particularidad es que el suelo esta inclinado, y según ta toque la mesa (que tienen una disposición no muy uniforme) puede serte un poco incómodo.

La comida, de primero para compartir, pedimos un surtido “de la abuela” dícese, mezcla de embutidos, fritangas y delicatesen varios. Primero, insuficiente para 6, pese a la recomendación del camarero. Segundo la fritanga era de congelado y además rehecha. Lo de grasienta se le supone como el valor en la Legión.

De segundo unas sartenes de foie, gulas, y solomillo… y tres solomillos, dos “a la abuela” y uno a la brasa sin más.

Las sartenes, pues eso, huevos fritos, patatas fritas, y en su caso foie (recocido), gulas (de sobre) y solomillo (cocido parecía). Algo quedo en los platos, no hay más que decir.

Los solomillos “a la abuela” resultaron ser lo mejor, con su pan por debajo, su cacho solomillo bien puesto (demasiado hecho según mi estándar) y el foie encima. Según los dos afortunados la cosa no estuvo mal.

El solomillo a la brasa… yo había pedido uno como los anteriores, pero después de 10 minutos esperando, llegue a la conclusión de que no habían cogido el pedido y no quería esperar mucho más. Creo que se diferenciar entre un solomillo poco hecho y una chuleta mal cortada y demasiado hecha, ellos igual no. Me lo comí, cabreado como una mona… por no joderle la noche al que se tomó la molestia de reunirnos y reservar.

Postres, unos helados de Cami, o marca similar, un trabajo artesano y bien hecho!

Para beber, Peñascal y sangría… mi hígado todavía me odia.

Cafés, copa y chupitos. Sólo voy a decir que mi chupito de orujo con miel (porque seguro que si lo pido blanco estoy todavía en la UVI)  se quedo a medias. Si ese orujo ha visto la miel yo soy una monja de clausura.

Servicio: mal recomendado de platos (entrante) se deja un comensal sin servir, le sirven a uno lo que no es con cara de convencidos (sigo distinguiendo chuleta guarra de solomillo), tardan eones en cobrarnos avisándoles 3 veces (25 minutos, con el sitio a medio llenar) y además casi ni nos devuelven la cuenta (hasta 150 €, hace una buena propina)… la definición mejor es que son una panda de tuercebotas, abrazafarolas, meapilas, inútiles, estafadores y asesinos de solomillos del tres al cuarto.

Conclusión: si apreciáis vuestra salud, vuestra economía y dignidad no paséis por ese sitio, es infame en el mejor de los casos.No pongo ni foto!

LA PARRA (Aloños - Cantabria)

LA PARRA (Aloños - Cantabria)

Nombre: Restaurante La Parra

Dirección: Bº Ondevilla 16 – 39.649 Aloños

Teléfono: +34 942593475

Web:  

Día: 19 de agosto de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 7

Capacidad: 12

Servicio: 7,20 Comida: 7,70 Nota media: 7,45

Precio Total: 202,00 € IVA INC Por Persona: 28,85 €

Comentario: Bueno, unos americanos podrán decir que sobrevivieron a la larga marcha de Batan en la segunda guerra mundial, nosotros sobrevivimos a Aloños!

Después de una peregrinación de blanqueo por el interior de la provincia, llegamos a este pueblecito de “irreductibles galos” en medio de la montaña, donde esta sito este magnífico sitio, exponente de la comida “brutalista” del norte de España.

Aviso para navegantes, se recomienda reservar con un par de meses de antelación, y llegar con hambre. Que luego no digan que el bloguero no ha avisado.

Aparcar es una odisea que dejaría anonadado a Kubric… el coche se deja tirado, y cuando piten, ya lo moverás. Normalmente en la carretera, o si tienes suerte, en la parada del autobús.

Encontrar el restaurante no es evidente tampoco, eso de poner un cartel queda como que rompedor con la arquitectura del sitio, y en el mejor de los casos no estaría tapado por las sábanas de la casa de arriba, con sus camisitas y ropita variopinta.

Entras y ves el típico bar de pueblo, medio bar, medio tienda de ultramarinos, con sus mesas cuadradas ideales para el mus, y sus brebajes alcohólicos varios, en la parte de atrás esta el comedor amplio, pero íntimo, fresco en verano y cálido en invierno (las paredes gruesas, la ventanita y la chimenea deben ayudar) con una única mesa corrida, para como mucho 12 personas. Apretadas. Estética rústica y botellero a un costado. Por cierto, el botellero tiene alguna vieja gloria, creo que de tiempos de Felipe II (los de la ESO sabéis quién es no?).

El excusado es unisex, dícese, compartido para niños y niñas, muy limpio, aunque no recomendable en caso de ventosidades por su tamaño y ventilación (es interior, aprovecha un bajo de escalera).

En cuanto al servicio, hay que decir, que muy amables, atentos (y eso que nos dejaron en paz, yo casi no les vi)… pero la definición en si es caseros. Lo opuesto al Bullí del Adrià.

Menú: Asadurilla y lechazo. Ah, y postre. La carta es reducida, al reservar escoges entre, lechazo, cabrito y cochinillo. Quizás tengan algo más, pero creo que no. En función de ese plato principal va el entrante y el acompañamiento.  

La asadurilla era rica, jugosa (de hecho quedaba muy bien en el plato hondo), ideal para acompañarla con pan de pueblo de ese de toda la vida. Dietética, creo que sería la definición, si eres capaz de digerirla.

El lechazo, dícese un bicho cuadrúpedo de 7 kg, fue estofado y posteriormente acompañado de sus chuletillas a la brasa. Para acompañarlo, lechuguita. He de decir, que me sentía como los alemanes en Normandía, repeliendo andanadas de fuentes de lechazo, una tras otra, de forma incansable. Eso sí, en vez de dispararles con la ametralladora nos dedicamos a darle caña gastronómica. Tal fue la intensidad del “castigo”, que todavía nos llevamos un taper para casa.

El estofado era magnífico, hace años que no me pego un homenaje de este calibre con este plato, y que reconozcámoslo no es fácil de hacer. Había unas pocas patatas fritas en cada bandeja, caseras.

Las costillas, para mi gusto, un poco pasadas pero se podían comer bien, con las manos como mandan las tradiciones ancestrales.

En cuanto al postre, quesada casera que, por favor, si vais algún día, no dejéis de pedirla, y arroz con leche, también casero. Este último, para mi gusto, le faltaba algo de azúcar. La presentación de la quesada era imponente en su fuente de horno.

En lo referente a la bebida, 3 botellitas de Coto de Imaz, rva. 2001. Puedo decir eso de los 18 meses en barrica de roble americano, color cereza, sabor a fruta madura y taninos equilibrados, pero sólo voy a deciros eso de 10€/botella.

Con los cafés, el chupito, perdón, barreño de orujo blanco para hombres (y de hierbas para los muñecos). Necesario si se desea poder regresar a la civilización. Fresquete, muy aromático y afrutado, no quema al bajar ni al reaccionar químicamente con el hormigón armado que hay en las tripas.

Conclusión: si queréis una comida rica, en sitio selecto (la reserva es casi como en Arzac), con trato casero, platos contundentes y buen precio… este es el sitio. Eso si abstenerse blandos, gente con úlcera, y remilgados.     

LA CASONA DEL VALLE (Reocín)

LA CASONA DEL VALLE (Reocín)

Nombre: La Casona del Valle

Dirección: ctra.CA-353 s/n - 39.539 (Villapresente) Reocín

Teléfono: +34 942838352

Web: www.lacasonadelvalle.com

Día: 7 de enero de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 5

Capacidad: 16 + 90

Servicio: 8,00 Comida: 7,70 Nota media: 7,85

Precio Total: 42,00 € IVA INC Por Persona: 210,00 €

 

Comentario: Bueno, haciendo caso a una amiga nos presentamos en este garito, más bien una antigua casona transformada en hotel y restaurante.

Según figura en su página web, es de cuando Franco no era ni corneta, de 1.764, ahí queda eso. O sea, una casona de esas de piedra, muy bonita, con un jardín de lo más majo, una terraza que en verano debe ser estupenda para el gintonic de rigor y, como complemento modernista, hasta algo parecido a un aparcamiento.

Lo del aparcamiento es un detalle, porque la zona no es de esas que invite a ello, y además esté “rodeada” de puntos estratégicos para picoletos y otros maleantes.

Como única crítica al entorno podemos decir que hay que tener cuidado al subir/bajar las escaleras de madera (antiguas traviesas de ferrocarril, o eso parecen) los días de lluvia… porque resbalan que te mueres. De hecho uno se dejo la nalga derecha, por no decir otra cosa más soez. De todas formas, parecen gente seria, así que tendrán un seguro, tranquilos todos.

El interior cumple las expectativas (ver fotos en la web), los baños están limpios y el comedor pequeño resulta de lo más coqueto. Aunque la música no pega siempre con el ambiente rústico pero elaborado de la estancia (el reggaetón, pues va a ser que no), pero por lo general el volumen es lo suficientemente bajo como para dar ambiente, pero no para molestar.

En el apartado servicio… muy bueno, con detalles de calidad que se ven poco a menudo. Te sirven la copa una y otra vez, sin que tengas que pedir, lo cual demuestra dos cosas, que son atentos, y que son listos, donde va una botella, van dos, está claro (y no van más porque hay que ir en coche). Te cambian el plato a cada servicio, incluida la cubertería aunque este limpia. Sirven los platos con gracia, ¡no estorban!, y además son educados.

Y eso de que salga el cocinero… pues queda bien, que queréis que os diga. Si además se interesa por lo que le dices, y acepta con deportividad las críticas constructivas, pues como que te vas a gusto.

En cuanto al vino… un verdejo, ligero pero aromático, de color muy pálido, una auténtica delicia. ¡Dos botellitas!

En cuanto a la comida, lo de siempre, una ristra para compartir y un plato, más o menos contundente, para cada uno.

Primero, mientras te toman nota, y te hacen esperar los entrantes, te proponen un “mise en bouche” que dicen los gabachos… una sopita de tomate, y un poco de queso, presentados en porciones individuales en plan coqueto.

Primer plato a compartir. Una “tempura de verduras al dente”, pues como su nombre indica una serie de verduritas (léase zanahoria, tomatitos, y similares) hechos en tempura. Muy conseguido, crujiente, y rico. A los amantes de la sal les parecerá quizás un poco flojo, pero creo que así está mejor, ya que se aprecia el sabor de la verdura que la gracia del invento.

Una de “queso de cabra fundido, con manzana, tomate al orégano y reducción de vinagre balsámico”. En un plato, ves una loncha de queso de cabra (de magnas proporciones, y calentito de verdad) y debajo apilados con cierto orden los otros ingredientes. Fácil de dividir y servir (y eso que yo soy un patoso). Fácil para sacarle los aromas. Esta rico, pero quizás me esperaba más, no se…

Fuera de carta, gran invento, unas “almejas a la marinera”… muy ricas, se nota que eran frescas, con una salsa ligera que no enmascaraba el sabor del molusco.

Todos los platos compartían una presentación muy cuidada, limpia. Lo cual es un sinónimo de un cierto mimo en la cocina, y ayuda a hacerlos entrar, primero se como con los ojos, siempre. Las raciones medidas, si son para uno (porque te apetece comer dos platos, por ejemplo) buenas, para compartir justitas para dejarte el hueco para el plato.

De segundos, tres carnes, dos pescados, todo distinto, pero como en el caso de los entrantes, una presentación muy esmerada.

Una de “calamares rellenos de cachón, compota de cebolla y pisto Manchego”,
tal y como quedó el plato podemos deducir que estaba bueno. La presentación
desestructurada, el pisto por un lado, la compota por el otro, y en medio el
calamar, visualmente atractiva, y que permite mezclar los sabores a gusto del
comensal.

Una de “merluza a la plancha con panadera y pimientos rojos asados”, según mi criterio el triunfo, una pinta espectacular, la merluza exquisita, muy muy lograda, sobre una cama de patatas a la panadera y pimientos (vale que no es el colmo culinario, pero unas panaderas bien hechas tienen su miga, ioga Ud.).

Una de “solomillo con aro de tramezzini y ragout de setas y parmesano”, la carne era mantequilla, muy conseguido el punto de cocción (a mí me gusta que muja, aviso). No probé el acompaño, pero el plato quedo limpio, no hay duda de que estaba bueno. La presentación interesante y la cantidad adecuada para ese plato.

Una de “cochinillo asado y deshuesado con chutney de mango”, un palto que merece la pena probar. El cochinillo no tenía pinta de serlo, al deshuesarlo lo compactan en un molde y le pegan el calentón subsiguiente. El mango le da un gracejo de lo más interesante. Por cierto, tuvimos que preguntar que era el “chutney”, que resulta ser una especie de mermelada especiada.

Y por último, mis “carrilleras de cerco con espuma de patata”… mi cara fue un poema según los comensales. En cuanto al sabor, magnífico, la carne estaba simplemente espectacular, la espuma de patata era (a mi humilde opinión) un puree de patata muy refinado (la textura era muy suave y cremosa). La presentación, como todo, inmaculada. Problema… eso no era una carrillera, no llegaba ni a moflete de tierno infante.

Los postres, cada uno se cogió algo distinto, y triunfamos como la coca-cola. Un “negrito caliente con crema helada”, una de “texturas de chocolate", una “deconstrucción del tiramisú a mí manera” y una “copa de helado”… alucinantes, el negrito era un pastel de chocolate con el fondant dentro, con un helado que hacía de perfecto contraste; las texturas una mezcla de variedades de chocolate, presentadas de diversas formas; el tiramisú que no era un tiramisú pero que sabía a tiramisú, y el helado casero de plátano…

Como hicimos la crítica al cocinero de las carrilleras, nos completó con unas bolas de helado de uva (muy rico, y con mucho mérito, porque es un sabor difícil de sacar), unas tarinas de crema de fresa (muy suave y tenue el sabor, deliciosas) y una galleta ultra fina para acompañar al café.

Propuesta de chupitos por parte de la casa… 12 días más tarde no recuerdo, pero el orujo blanco tiene la pinta de ser el seleccionado por mí ilustre persona.

Conclusión: un sitio de lo más recomendable, se come muy bien, el servicio es de lo mejor que he visto en tiempo (y mejor que el de sitios más caros), la atención del cocinero y el detalle de intentar compensar lo de la carrillera un plus, eso sí, no lo regalan, e incluso tuvieron un detalle que no me hizo gracia en este aspecto,
cobraron el aperitivo que te ofrecen en plan detalle mientras esperas, cosa que
creo que no se debe hacer, o bien avisarlo. En cuanto a la relación calidad-precio,
muy buena.

LOS TRONCOS (Santander - Cantabria)

Nombre: Restaurante Los Troncos

Dirección: Calle Dr. Fleming, 5  -  39.005 Santander

Teléfono: +34 942 270 462

Web:

Día: 6 de agosto de 2010

Motivo: Comilona de amigos.

Número de Personas: 3

Capacidad: 40

Servicio: 8,00 Comida: 8,20 Nota media: 8,10

Precio Total: 186,80 € IVA INC Por Persona: 62,26 €

Comentario:

Esto lo quiero dedicar a D. Toño Torres, mi padrino, que me inculcó en la medida de sus posibilidades el amor por la buena vida y la mesa bien dispuesta.

La historia empieza en ese sitio infernal llamado Facebook, donde Oscar, antiguo compañero de clase, escribió esta gran frase en mi perfil “He estado leyendo el blog y das miedo, si vienes a mi restaurante no se si dejarte entrar eh, jajajajaaja, un saludo......” Así que si, hemos entrado, hemos comido, criticado, y ahora perpetrado esta entrada al blog. Y esta vez, con gente de peso, Ignacio Cavia y Ricardo Segura (no, el actor no, el médico que potencialmente nos podía salvar la vida en caso de embolia o similar)

Puedo decir, sin miedo al error, que este es uno de los cinco mejores restaurantes de Santander en cuanto a calidad/precio, independientemente del gusto culinario de uno. Esta a un nivel que he visto en pocos sitios en España, dentro de lo que podemos denominar comida tradicional.

Como siempre empezaremos metiéndole el dedo en el ojo por la parte de local y entorno. Estamos en el Sardinero, al lado de la segunda playa, un entorno bastante bonito, plagado de guiris en estas épocas del año, donde aparcar no es evidente por la afluencia de gente a la playa. Gracias a Dios, tenemos media docena de líneas de autobús que pasan al lado (la planificación de Ayuntamiento no tiene desperdicio) así que estamos salvados en caso de empacho alcohólico. Para después de la comida un paseo por la costa esta obligatoriamente prescrito por el médico de turno. 

El local tiene dos partes, el bar, y el restaurante propiamente dicho, empezamos con el bar; limpio, luminoso por la entrada de grandes dimensiones, decoración a medio camino entre moderna y de toda la vida, con la cocina al fondo donde puedes ver como se pegan los cocineros con los fogones; la sala comedor el ambiente es claramente marinero (pero de ese marinero que va en yate de 50 m de eslora, nada de tonterías) con tonalidades cromáticas que incitan a cierto recogimiento, a la tranquilidad y a disfrutar la comida. Desde luego dista de ser el típico restaurante donde todo se hace a gritos desde pedir a cocina o charlar con el que tienes al lado. Al fondo unas vidrieras le dan un toque realmente de clase…

El servicio, fantástico, saben estar tienen bien cogido lo de los tiempos, por ejemplo, cuando hacerse presentes para quitarte un plato o servirte más vino, sin dar el cante, mientras tu sigues por el periplo culinario. Saben hasta poner y quitar los cubiertos con arte, cosa no muy común últimamente, por que la profesionalidad es un bien escaso. Además, a otros clientes, que eran evidentemente guiris, les explicaron como llegar hasta “no-me-acuerdo-donde-puñetas” lo cual es todo un detalle de amabilidad.

Hay que decir que el restaurante no estaba especialmente lleno, lo cual ayuda a que el servicio sea más personalizado, pero creo que darán la talla los chavales (si hemos ganado el mundial todo es posible). El plus lo puso Oscar, el dueño, que se dedicó a atendernos, hacer sugerencias varias, y soportar las críticas…

La  comida. Una palabra buena sería ambrosía…

Empezamos en la barra, con las cañas de rigor y tapita, bien tiradas ellas, y tapita decente. En la mesa nos dejamos llevar por Oscar y sus recomendaciones, por que al ir a cata, lo más fácil es no romperte la cabeza y dejar que te seleccionen lo que creen que es lo bueno. La carta en si es muy interesante, extensa no, la verdad, pero si bien estructurada. Los platos fuera de carta son casi tantos como los escritos en el tema del pescado, la especialidad de la casa.

Sufrimos enormemente con una cosa llamada “tartar” de atún rojo, sufrimos por que se nos acabo cagando leches. Según todos fue lo mejor de toda la comida. Dos montoncitos de taquitos muy finos de atún fresco que se deshacen en la boca, con su cebollita y demás verduritas picadas, el macerado delicado. Todo ello hace un conjunto fino de sabor, textura agradable en el paladar, simple y llanamente excepcional.

Posteriormente le dimos caña a unas cocochas de merluza, rebozadas sólo en huevo, y pasadas por la sartén. Muy ricas de sabor, de hecho un sabor puro sin aditivos (lo que no pasa cuando te las comes en salsa, o con un rebozado más compacto), al punto de sal perfecto, se deshacen en la boca (como en el caso del atún) muy melosas… el único pero, que eran relativamente pocas. Hay que decir que siempre son pocas, pero en este plato se nota más por que deseas más.

Luego el changurro al horno. La verdad es que no nos apasionó, hasta dijimos que tenía sabor de fondo a queso cuando no lo tenía (nótese el error garrafal). Servido en la propia cabeza del centollo, vemos un potingue con la carne desmenuzada del bicho, y nos metemos con ello. Sabor potente, recio, salado, y claro (normal) a centollo. No dejamos nada (que se note que mamá nos educó bien). Luego Oscar nos explico el quién, como y donde del plato, pero eso es secreto, no vamos a destripar el restaurante que entonces le hundimos.

Estos tres platos los bajamos con un Pazo Señorians, un albariño del 2008, increíble, Elegancia, carácter, complejidad, grandeza, sutileza son palabras que lo definen… Este vino resulta que es un ensamblaje de los distintos vinos albariño de la bodega de una tal Marisol Bueno, y se elabora con un mínimo de 4 ó 5 meses de crianza en tanques de acero inoxidable, por lo que mantiene toda su frescura y aromas. De color amarillo pajizo, este vino nos da una elegante complejidad frutal y deja en boca un sabor envolvente, sabroso, graso y de gran equilibrio. Es más, el crítico de la revista Wine Enthusiast Michael Schachner, lo ha considerado el mejor blanco de España en su listado de los diez mejores vinos españoles publicado en el número de septiembre 09 de la prestigiosa revista.

Luego, como somos chavales de buen comer, le pedimos más a Oscar, y nos decantamos finalmente por la carne… un chuletón de 1,200 y unas mollejas a la plancha para el que suscribe.

Para mi gusto, y coincidimos más o menos todos, el segundo plato después del tartar. Cantidad buena para uno, sabor impecable, una textura exquisita, un aroma, unos matices que hacen de este plato una autentica delicia si te gusta la casquería. Me podría extender, pero lo mejor es sólo decir, “probadlo”.

El chuletón era de los de verdad, con el compaño a parte (como en los sitios serios y de derechas), una carne muy tierna, jugosa y sabrosa, con el sabor de la carne de una pieza madura. Un color, una presencia, y un corte magníficos. Aquí entienden que también se come con los ojos, y se aplican. El despiece es perfecto, por que no te tienes que pegar con el hueso, y la grasa seta torradita lo justo, dando sabor. Obviamente, tampoco quedo nada en el plato.

Por si fuera poco, el bueno de Oscar se permitió empacharnos con unos callos, una de las especialidades de la casa. Untuosos, ricos, sabrosos y de salsa inconmensurable, pero para nuestro gusto un poco flojos en el aspectos del picante... hay que decir que como tienen que agradar al gran público, este es un tema sensible, y tienden a ser ligeritos. 

Estos dos despropósitos gastronómicos, sobre todo desde el punto de vista de nuestro perímetro, se fueron para dentro con una botella de Malpuesto del 2007. Un rioja crianza de las bodegas Orben (fundadas en 2005), tiene como base unas cepas de una edad media de 80 años y una producción de unas 5000 botellas anuales, y una puntuación Parker de 92+. Potente, con mucho cuerpo, tiene un color cereza intenso y brillante, esta lleno de aromas frutales, y sobre un fondo a madera nos deja en la boca el gusto de arándano y regaliz (creo), es carnoso, de taninos suaves y un toque amargo… Muy bueno.            

Los postres… Los niños se dieron un homenaje a base de café escocés, y yo a base de café solo y un irlandés sin más. La cara de satisfacción de los dos trogloditas que me acompañaron en esta aventura no tenia precio, supongo que estaría bueno. El whisky era un  Connemara Peated Single Malt, de color ligeramente dorado, un aroma a turba humada con un deje a miel y roble, el sabor en un primer momento suave de miel, seguido de una “patada” de turba, con un complejo equilibro de notas entre vanilla y roble.

Conclusión: teniendo en cuenta que éramos unos enchufados y hay descuento, 62 euros por cabeza invitan a no venir todos los días, pero puedo decir que son los mejor invertidos en un restaurante de una larga temporada para acá. La calidad del producto es increíble, la preparación esta a la altura, el servicio es francamente bueno y el ambiente te permite disfrutarlo. Lo dije al principio, de los 5 mejores de la ciudad.