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Mi Capricho

LOS TRONCOS (Santander - Cantabria)

Nombre: Restaurante Los Troncos

Dirección: Calle Dr. Fleming, 5  -  39.005 Santander

Teléfono: +34 942 270 462

Web:

Día: 6 de agosto de 2010

Motivo: Comilona de amigos.

Número de Personas: 3

Capacidad: 40

Servicio: 8,00 Comida: 8,20 Nota media: 8,10

Precio Total: 186,80 € IVA INC Por Persona: 62,26 €

Comentario:

Esto lo quiero dedicar a D. Toño Torres, mi padrino, que me inculcó en la medida de sus posibilidades el amor por la buena vida y la mesa bien dispuesta.

La historia empieza en ese sitio infernal llamado Facebook, donde Oscar, antiguo compañero de clase, escribió esta gran frase en mi perfil “He estado leyendo el blog y das miedo, si vienes a mi restaurante no se si dejarte entrar eh, jajajajaaja, un saludo......” Así que si, hemos entrado, hemos comido, criticado, y ahora perpetrado esta entrada al blog. Y esta vez, con gente de peso, Ignacio Cavia y Ricardo Segura (no, el actor no, el médico que potencialmente nos podía salvar la vida en caso de embolia o similar)

Puedo decir, sin miedo al error, que este es uno de los cinco mejores restaurantes de Santander en cuanto a calidad/precio, independientemente del gusto culinario de uno. Esta a un nivel que he visto en pocos sitios en España, dentro de lo que podemos denominar comida tradicional.

Como siempre empezaremos metiéndole el dedo en el ojo por la parte de local y entorno. Estamos en el Sardinero, al lado de la segunda playa, un entorno bastante bonito, plagado de guiris en estas épocas del año, donde aparcar no es evidente por la afluencia de gente a la playa. Gracias a Dios, tenemos media docena de líneas de autobús que pasan al lado (la planificación de Ayuntamiento no tiene desperdicio) así que estamos salvados en caso de empacho alcohólico. Para después de la comida un paseo por la costa esta obligatoriamente prescrito por el médico de turno. 

El local tiene dos partes, el bar, y el restaurante propiamente dicho, empezamos con el bar; limpio, luminoso por la entrada de grandes dimensiones, decoración a medio camino entre moderna y de toda la vida, con la cocina al fondo donde puedes ver como se pegan los cocineros con los fogones; la sala comedor el ambiente es claramente marinero (pero de ese marinero que va en yate de 50 m de eslora, nada de tonterías) con tonalidades cromáticas que incitan a cierto recogimiento, a la tranquilidad y a disfrutar la comida. Desde luego dista de ser el típico restaurante donde todo se hace a gritos desde pedir a cocina o charlar con el que tienes al lado. Al fondo unas vidrieras le dan un toque realmente de clase…

El servicio, fantástico, saben estar tienen bien cogido lo de los tiempos, por ejemplo, cuando hacerse presentes para quitarte un plato o servirte más vino, sin dar el cante, mientras tu sigues por el periplo culinario. Saben hasta poner y quitar los cubiertos con arte, cosa no muy común últimamente, por que la profesionalidad es un bien escaso. Además, a otros clientes, que eran evidentemente guiris, les explicaron como llegar hasta “no-me-acuerdo-donde-puñetas” lo cual es todo un detalle de amabilidad.

Hay que decir que el restaurante no estaba especialmente lleno, lo cual ayuda a que el servicio sea más personalizado, pero creo que darán la talla los chavales (si hemos ganado el mundial todo es posible). El plus lo puso Oscar, el dueño, que se dedicó a atendernos, hacer sugerencias varias, y soportar las críticas…

La  comida. Una palabra buena sería ambrosía…

Empezamos en la barra, con las cañas de rigor y tapita, bien tiradas ellas, y tapita decente. En la mesa nos dejamos llevar por Oscar y sus recomendaciones, por que al ir a cata, lo más fácil es no romperte la cabeza y dejar que te seleccionen lo que creen que es lo bueno. La carta en si es muy interesante, extensa no, la verdad, pero si bien estructurada. Los platos fuera de carta son casi tantos como los escritos en el tema del pescado, la especialidad de la casa.

Sufrimos enormemente con una cosa llamada “tartar” de atún rojo, sufrimos por que se nos acabo cagando leches. Según todos fue lo mejor de toda la comida. Dos montoncitos de taquitos muy finos de atún fresco que se deshacen en la boca, con su cebollita y demás verduritas picadas, el macerado delicado. Todo ello hace un conjunto fino de sabor, textura agradable en el paladar, simple y llanamente excepcional.

Posteriormente le dimos caña a unas cocochas de merluza, rebozadas sólo en huevo, y pasadas por la sartén. Muy ricas de sabor, de hecho un sabor puro sin aditivos (lo que no pasa cuando te las comes en salsa, o con un rebozado más compacto), al punto de sal perfecto, se deshacen en la boca (como en el caso del atún) muy melosas… el único pero, que eran relativamente pocas. Hay que decir que siempre son pocas, pero en este plato se nota más por que deseas más.

Luego el changurro al horno. La verdad es que no nos apasionó, hasta dijimos que tenía sabor de fondo a queso cuando no lo tenía (nótese el error garrafal). Servido en la propia cabeza del centollo, vemos un potingue con la carne desmenuzada del bicho, y nos metemos con ello. Sabor potente, recio, salado, y claro (normal) a centollo. No dejamos nada (que se note que mamá nos educó bien). Luego Oscar nos explico el quién, como y donde del plato, pero eso es secreto, no vamos a destripar el restaurante que entonces le hundimos.

Estos tres platos los bajamos con un Pazo Señorians, un albariño del 2008, increíble, Elegancia, carácter, complejidad, grandeza, sutileza son palabras que lo definen… Este vino resulta que es un ensamblaje de los distintos vinos albariño de la bodega de una tal Marisol Bueno, y se elabora con un mínimo de 4 ó 5 meses de crianza en tanques de acero inoxidable, por lo que mantiene toda su frescura y aromas. De color amarillo pajizo, este vino nos da una elegante complejidad frutal y deja en boca un sabor envolvente, sabroso, graso y de gran equilibrio. Es más, el crítico de la revista Wine Enthusiast Michael Schachner, lo ha considerado el mejor blanco de España en su listado de los diez mejores vinos españoles publicado en el número de septiembre 09 de la prestigiosa revista.

Luego, como somos chavales de buen comer, le pedimos más a Oscar, y nos decantamos finalmente por la carne… un chuletón de 1,200 y unas mollejas a la plancha para el que suscribe.

Para mi gusto, y coincidimos más o menos todos, el segundo plato después del tartar. Cantidad buena para uno, sabor impecable, una textura exquisita, un aroma, unos matices que hacen de este plato una autentica delicia si te gusta la casquería. Me podría extender, pero lo mejor es sólo decir, “probadlo”.

El chuletón era de los de verdad, con el compaño a parte (como en los sitios serios y de derechas), una carne muy tierna, jugosa y sabrosa, con el sabor de la carne de una pieza madura. Un color, una presencia, y un corte magníficos. Aquí entienden que también se come con los ojos, y se aplican. El despiece es perfecto, por que no te tienes que pegar con el hueso, y la grasa seta torradita lo justo, dando sabor. Obviamente, tampoco quedo nada en el plato.

Por si fuera poco, el bueno de Oscar se permitió empacharnos con unos callos, una de las especialidades de la casa. Untuosos, ricos, sabrosos y de salsa inconmensurable, pero para nuestro gusto un poco flojos en el aspectos del picante... hay que decir que como tienen que agradar al gran público, este es un tema sensible, y tienden a ser ligeritos. 

Estos dos despropósitos gastronómicos, sobre todo desde el punto de vista de nuestro perímetro, se fueron para dentro con una botella de Malpuesto del 2007. Un rioja crianza de las bodegas Orben (fundadas en 2005), tiene como base unas cepas de una edad media de 80 años y una producción de unas 5000 botellas anuales, y una puntuación Parker de 92+. Potente, con mucho cuerpo, tiene un color cereza intenso y brillante, esta lleno de aromas frutales, y sobre un fondo a madera nos deja en la boca el gusto de arándano y regaliz (creo), es carnoso, de taninos suaves y un toque amargo… Muy bueno.            

Los postres… Los niños se dieron un homenaje a base de café escocés, y yo a base de café solo y un irlandés sin más. La cara de satisfacción de los dos trogloditas que me acompañaron en esta aventura no tenia precio, supongo que estaría bueno. El whisky era un  Connemara Peated Single Malt, de color ligeramente dorado, un aroma a turba humada con un deje a miel y roble, el sabor en un primer momento suave de miel, seguido de una “patada” de turba, con un complejo equilibro de notas entre vanilla y roble.

Conclusión: teniendo en cuenta que éramos unos enchufados y hay descuento, 62 euros por cabeza invitan a no venir todos los días, pero puedo decir que son los mejor invertidos en un restaurante de una larga temporada para acá. La calidad del producto es increíble, la preparación esta a la altura, el servicio es francamente bueno y el ambiente te permite disfrutarlo. Lo dije al principio, de los 5 mejores de la ciudad.

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