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Mi Capricho

Restaurante BOGA-BOGA (S. Vicente de la Barquera)

Restaurante BOGA-BOGA (S. Vicente de la Barquera)

Nombre: Restaurante Boga-Boga

Dirección: Plaza de José Antonio, 9 – 39540 S. Vicente de la Barquera

Teléfono: +34 942710150    

Web: www.restaurantebogaboga.es           

Día: 9 de octubre 2015

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 2

Capacidad: 80 personas

Servicio: 7,50 Comida: 6,00 Nota media: 6.75

Precio Total: 89,90 € IVA INC Por Persona: 44,95 €

Comentario: después de dos años de vacaciones como escritor de best-sellers de alta alcurnia gastronómica, que no de buen comer, vuelvo…

Bien, ésta vez nos vamos uno de mis fieles escuderos (Nacho) y yo a San Vicente de la Barquera, pueblo marinero y de bien, conocido por ser la cuna de ese gran artista de renombre, Bustamante, su espectacular estuario y monumentos como el Castillo o la iglesia de  Santa María de los Ángeles.

Para empezar, poder poner Avenida del Generalísimo en el Tom-Tom no tiene precio! Segundo aparcar en la Plaza de José Antonio… cosa que tiene mérito porque faltan plazas donde dejar un vehículo, es otro puntazo! Lo dicho, aparcar es infernal si no se tiene mucha suerte, pero es divertido ver la cara de algunos cuando se dan cuenta de los nombres es impagable.

Este restaurante es un clásico, conocido sobre todo por su marmita de bogavante, y está en pleno centro, en los soportales. Dispone de una terracita, que para el verano está muy bien (si exceptuamos que da a la calle principal, y que pasan todos los coches del mundo por ahí. Nosotros optamos por dentro. Entras en el bar, y luego está la sala propiamente dicha (no apta para claustrofóbicos por no disponer de una sola ventana, tragaluz o similar). La decoración es marinera, de hecho, da sensación de estar en el interior de un velero. Limpio, ordenado, clásico, muy iluminado y calidad (la mantelería de tela). Las mesas a veces un poco juntas, y se nota cuando un bebé se pone a reclamar su parte alícuota de comida… Las conversaciones no se notan más que como un murmullo.

El servicio, bueno, de los mejores que recuerdo últimamente, atentos sin ser pesados, amables y cuando hizo falta dieron explicaciones. Nos tocó el novato, que era hijo del metre seguro (mi compañero le aturulló con par de preguntas, y el chaval se espabiló en mandarnos al profesional, muy divertido).

Primero… tomate de la huerta, con aceite de oliva y un pelín de sal gorda. Sugerencia de la casa. La verdad es que más simple es difícil, pero muy logrado porque nos productos son muy buenos, sobre todo el aceite, de ese “toma pan y moja”. Luego unas almejas a la marinera en sartén (ná de presentaciones raras, en la sartén). Almejas de verdad. Sabrosas, llenas de sabor y hechas justo en su punto, cosa que tiene su cierta complicación, porque echarlas a perder es muy fácil. La verdad es que necesitamos más pan.

Segundos… Una lubina, y una ración de rodaballo. La lubina sólo se puede definir como estupenda, muy fresca, hecha a la perfección al horno  con una nuez de puré. La verdad es que comer pescado de está calidad y tan bien hecho hace cogerle afición a los frutos de la mar. La pega, que si no esto parece un anuncio… si ponen un plato más pequeño como directamente sobre el mantel, la presentación queda muy bien, pero cuando te tienes que pegar con el pescado es un asco.

Y ahora viene la catástrofe, herejía, motivo de escarnio y fusilamiento al amanecer… el rodaballo. Qué parte de “el rodaballo no se lonchea” no hemos entendido? Dios que desgracia, se me pusieron los ojos como platos, de hecho pesé en mi inocencia que se habían equivocado de plato. Y Nacho casi tiene un derrame cerebral, que era su plato. El pescado en si estaba fresco (aunque podría haber sido congelado, si fuese otro garito), de buen sabor, textura. Pero claro, si lo loncheas, no puedes hacer correctamente la grasa, que es la gracia de este pescado en particular, con lo que una cosa potencialmente sublime (como la lubina) se va al traste.

En ese momento, mi muy triste/cabreado/alucinado compañero llama al jovenzuelo, se lo explica (la cara del camarero no tenía precio), y mientras sigue comiendo ruta (del verbo rutar), y va desperdiciando el 40% del plato. Y aparece el profesional, con un rodaballo como Dios manda (bien, bien para 3 o 4 personas), partido por la mitad (para lonchearlo) y nos explica que al pedir una ración lo tienen que preparar así. A lo cual, le decimos que es un problema de información/venta al público… si nos dice que ese bicho está disponible, nos lo hubiésemos pedido entero, y entonces sí, sí que estaría bien hecho, al horno!. Aquí se demuestra el buen servicio y buen hacer.

Para bajarnos todo, nos decantamos por un Marqués de Riscal blanco (verdejo) de 2014… pálido, limpio y brillante. Muy fresco y directo, persistente al final. Un buen ejemplo de verdejo, técnicamente bien hecho por gente que sabe de qué va esto.

Para terminar postres  Gintonic de Martin Millers… cargadetes, e invitados por la casa. La verdad es que lo suyo hubiese sido invitar el plato de rodaballo y cobrarnos las copas, pero bueno, tampoco le voy a buscar las vueltas.

Conclusión: restaurante tradicional, de comida tradicional, con muy buen servicio, buen producto, donde comer pescado y marisco es una delicia (cuando no lo destrozan por “ración”). Eso sí, no es un regalo, ni mucho menos. Para volver un día de estos y pedir pieza, no raciones.   

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