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Mi Capricho

EL MARTINTXO (Pamplona)

EL MARTINTXO (Pamplona)

Nombre: Asador – Sidrería Martintxo

Dirección: Irunbidea 1 – 31.190 Cizur Menor

Teléfono: +34 948180020

Web: www.martintxo.com  

Día: 25 de julio de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 3

Capacidad: un güevo!

Servicio: 8,00 Comida: 8,50 Nota media: 8,25

Precio Total: 190,84 € IVA INC Por Persona: 63,61 €

Comentario: ¿cómo explico yo hacer 500 km para ir a comer?¿cómo justifico los 33 lt de gasolina, los 14 € en peajes?... pues fácil, porque es un sitio es un sitio estupendo!!!! (vale, los tres energúmenos que íbamos en el coche debemos tener alguna tara mental, pero eso no importa).

Para llegar esta bien desde la autopista, hay hasta cartelito (acorde con el código de circulación y todo, nada de horteradas), aparcar… un poco más complicado pero factible. El local… en la entrada tienen un alcoholímetro, ¿qué más se puede pedir?. Es un edificio grande, que se reparte en áreas, una entrada/bar, con la cocina detrás, la sidrería, y una zona más elegante en el piso superior donde me da que pueden hacer hasta bodorrios y similares. Yo no pase de la sidrería, y de meterme en la cocina a dejarle una muestra de changurro a Carlos (el cocinero). Todo madera y piedra, muy bonito, agradable, con un hilo musical suavecito que te invita a comer pausadamente, la temperatura perfecta (fuera unos 35ºC). Los baños limpios en extremo, con un dispensador de vitamina B (los de condones son en los pubs).

El servicio muy agradable, atento, están pendientes de cuando terminas para cambiarte el plato y traerte el siguiente, así consiguen que la experiencia sea un continuo ir y venir de excelencias culinarias sin esperas. Detalle positivo, de esos que marca la diferencia, nos cambiaron el plato (y cubertería) entre los dos chuletones para que tuviesen la temperatura adecuada y no se mezclasen sabores. Quizá, cuando nos presentaron el vino, podrían haber servido ellos, ese típico “quién prueba?”, “le ha gustado?”, por si la botella no está al nivel de lo que sale de la cocina… pero no podían fallar era un Malleolus.

Empezamos con una caña en el bar… que hay que hidratarse después de viajar, en perfecto maridaje (que pijo me ha quedado) por la tapa que nos pone Carlos, unos mejillones de La Rochelle, al vapor, acompañados de unas lascas de pan con aceite de oliva de la zona (variedad Arróniz, autóctona de Navarra). Los moluscos en cuestión, pequeños pero sabrosos, y el pan (la torta de la zona, que debe ser un cacharro de 5 o 6 kg) espectacular.

Nos liamos en la mesa con la elección, una carta de vinos, una de sugerencias, la carta en si… Fede me recomendó una serie de cosas, todas pedí, pero desgraciadamente no todas disponibles. Lo que se nota es la calidad y el mimo con que se hacen las cosas, incluso en las cartas. Premonitorio.

Así que nos decantamos por un poco de verde, y luego la especialidad… la carne.

Para empezar unos cogollos de Tudela, con su tomate, su cebolleta y su bonito… así la presentación da buena imagen, con material de primera, de huerta propia, sabores suaves y armónicos. Luego unas alcachofas artesanas… cósmicas, espectaculares, tiernas hasta hartarse. La gracia es que las tienen todo el año, ya que tienen cosecha propia con método de producción propio… al que se pase por ahí, por Dios, que las pida. Intentamos los guisantes y las setas, pero no había.

Pasamos a las carnes, división de opiniones, como en los toros, así que una de cada. Cochinillo de Segovia a la leña, corderito lechal “raso navarro” (21 días) a la leña y chuletón de buey (dry age).

Traducido para el resto de los mortales, un plato mixto de cordero y cochinillo, servido en fuente de barro, espectacular (tendré que buscar sinónimos, que es la tercera vez que la uso) carne muy tierna, en su punto de sal, sin acompañamiento. Esto último llama la atención, pero la verdad es que cuando has terminado con el plato te das cuenta que de que en otros sitios te lo dan sólo para enmascarar lo que hacen.

Luego un chuletón, que fue seguido de un segundo más grande. Tierno, lleno de sabor, se nota que es carne “vieja” (de esa que se deja colgada cual chapa chorizo una temporada, dícese unos 25 días, de ahí lo de “dry age”), la cocción perfecta, y cuando digo perfecta es eso, y en su plenitud. El día que Dios haga chuletones, los querrá hacer como estos. Mantienen la temperatura mientras le das candela, el corte es fantástico.    

Para terminar, de postre una selección de quesos de oveja. A este respecto hay que decir que tienen una colección digna de mención. En nuestro caso fueron 5 variedades distintas, llamándonos la atención una especie de picón de color naranja de sabor potente pero untuoso. Había 2 mermeladas por si queríamos hacer experimentos (que por supuesto hicimos).

En todos los platos se nota la obsesión por la calidad de la materia prima, siendo la mayoría de producción propia.

En cuanto a la parte alcohólica nos decantamos por un “Malleolus” del 2.006, el reserva de Emilio Moro para la carne (100% Tinta fina, fermentación maloláctica en barrica parcial., envejecido durante 18 meses en barricas de roble francés Allie), y una botellita de blanco dulce de Navarra “1150 dc”, regalo de Carlos, para el maridaje con los quesos.

Luego los cafés, y los gin-tonics de Martin Miller… Nacho, un escocés, conseguimos que no pidiese un valenciano.      

Conclusión: maravilloso, el servicio impecable, la calidad de los productos inmensa, la preparación y la presentación es simplemente acojonante. Es caro (63 €, sin pagar las cañas ni la botella de vino blanco ni el escocés) pero la relación calidad-precio es muy buena. Merece la pena repetir, en mi caso, y conocerlo si no se ha ido nunca.

LA CASONA DEL VALLE (Reocín)

LA CASONA DEL VALLE (Reocín)

Nombre: La Casona del Valle

Dirección: ctra.CA-353 s/n - 39.539 (Villapresente) Reocín

Teléfono: +34 942838352

Web: www.lacasonadelvalle.com

Día: 7 de enero de 2012

Motivo: reunión de amiguetes.

Número de Personas: 5

Capacidad: 16 + 90

Servicio: 8,00 Comida: 7,70 Nota media: 7,85

Precio Total: 42,00 € IVA INC Por Persona: 210,00 €

 

Comentario: Bueno, haciendo caso a una amiga nos presentamos en este garito, más bien una antigua casona transformada en hotel y restaurante.

Según figura en su página web, es de cuando Franco no era ni corneta, de 1.764, ahí queda eso. O sea, una casona de esas de piedra, muy bonita, con un jardín de lo más majo, una terraza que en verano debe ser estupenda para el gintonic de rigor y, como complemento modernista, hasta algo parecido a un aparcamiento.

Lo del aparcamiento es un detalle, porque la zona no es de esas que invite a ello, y además esté “rodeada” de puntos estratégicos para picoletos y otros maleantes.

Como única crítica al entorno podemos decir que hay que tener cuidado al subir/bajar las escaleras de madera (antiguas traviesas de ferrocarril, o eso parecen) los días de lluvia… porque resbalan que te mueres. De hecho uno se dejo la nalga derecha, por no decir otra cosa más soez. De todas formas, parecen gente seria, así que tendrán un seguro, tranquilos todos.

El interior cumple las expectativas (ver fotos en la web), los baños están limpios y el comedor pequeño resulta de lo más coqueto. Aunque la música no pega siempre con el ambiente rústico pero elaborado de la estancia (el reggaetón, pues va a ser que no), pero por lo general el volumen es lo suficientemente bajo como para dar ambiente, pero no para molestar.

En el apartado servicio… muy bueno, con detalles de calidad que se ven poco a menudo. Te sirven la copa una y otra vez, sin que tengas que pedir, lo cual demuestra dos cosas, que son atentos, y que son listos, donde va una botella, van dos, está claro (y no van más porque hay que ir en coche). Te cambian el plato a cada servicio, incluida la cubertería aunque este limpia. Sirven los platos con gracia, ¡no estorban!, y además son educados.

Y eso de que salga el cocinero… pues queda bien, que queréis que os diga. Si además se interesa por lo que le dices, y acepta con deportividad las críticas constructivas, pues como que te vas a gusto.

En cuanto al vino… un verdejo, ligero pero aromático, de color muy pálido, una auténtica delicia. ¡Dos botellitas!

En cuanto a la comida, lo de siempre, una ristra para compartir y un plato, más o menos contundente, para cada uno.

Primero, mientras te toman nota, y te hacen esperar los entrantes, te proponen un “mise en bouche” que dicen los gabachos… una sopita de tomate, y un poco de queso, presentados en porciones individuales en plan coqueto.

Primer plato a compartir. Una “tempura de verduras al dente”, pues como su nombre indica una serie de verduritas (léase zanahoria, tomatitos, y similares) hechos en tempura. Muy conseguido, crujiente, y rico. A los amantes de la sal les parecerá quizás un poco flojo, pero creo que así está mejor, ya que se aprecia el sabor de la verdura que la gracia del invento.

Una de “queso de cabra fundido, con manzana, tomate al orégano y reducción de vinagre balsámico”. En un plato, ves una loncha de queso de cabra (de magnas proporciones, y calentito de verdad) y debajo apilados con cierto orden los otros ingredientes. Fácil de dividir y servir (y eso que yo soy un patoso). Fácil para sacarle los aromas. Esta rico, pero quizás me esperaba más, no se…

Fuera de carta, gran invento, unas “almejas a la marinera”… muy ricas, se nota que eran frescas, con una salsa ligera que no enmascaraba el sabor del molusco.

Todos los platos compartían una presentación muy cuidada, limpia. Lo cual es un sinónimo de un cierto mimo en la cocina, y ayuda a hacerlos entrar, primero se como con los ojos, siempre. Las raciones medidas, si son para uno (porque te apetece comer dos platos, por ejemplo) buenas, para compartir justitas para dejarte el hueco para el plato.

De segundos, tres carnes, dos pescados, todo distinto, pero como en el caso de los entrantes, una presentación muy esmerada.

Una de “calamares rellenos de cachón, compota de cebolla y pisto Manchego”,
tal y como quedó el plato podemos deducir que estaba bueno. La presentación
desestructurada, el pisto por un lado, la compota por el otro, y en medio el
calamar, visualmente atractiva, y que permite mezclar los sabores a gusto del
comensal.

Una de “merluza a la plancha con panadera y pimientos rojos asados”, según mi criterio el triunfo, una pinta espectacular, la merluza exquisita, muy muy lograda, sobre una cama de patatas a la panadera y pimientos (vale que no es el colmo culinario, pero unas panaderas bien hechas tienen su miga, ioga Ud.).

Una de “solomillo con aro de tramezzini y ragout de setas y parmesano”, la carne era mantequilla, muy conseguido el punto de cocción (a mí me gusta que muja, aviso). No probé el acompaño, pero el plato quedo limpio, no hay duda de que estaba bueno. La presentación interesante y la cantidad adecuada para ese plato.

Una de “cochinillo asado y deshuesado con chutney de mango”, un palto que merece la pena probar. El cochinillo no tenía pinta de serlo, al deshuesarlo lo compactan en un molde y le pegan el calentón subsiguiente. El mango le da un gracejo de lo más interesante. Por cierto, tuvimos que preguntar que era el “chutney”, que resulta ser una especie de mermelada especiada.

Y por último, mis “carrilleras de cerco con espuma de patata”… mi cara fue un poema según los comensales. En cuanto al sabor, magnífico, la carne estaba simplemente espectacular, la espuma de patata era (a mi humilde opinión) un puree de patata muy refinado (la textura era muy suave y cremosa). La presentación, como todo, inmaculada. Problema… eso no era una carrillera, no llegaba ni a moflete de tierno infante.

Los postres, cada uno se cogió algo distinto, y triunfamos como la coca-cola. Un “negrito caliente con crema helada”, una de “texturas de chocolate", una “deconstrucción del tiramisú a mí manera” y una “copa de helado”… alucinantes, el negrito era un pastel de chocolate con el fondant dentro, con un helado que hacía de perfecto contraste; las texturas una mezcla de variedades de chocolate, presentadas de diversas formas; el tiramisú que no era un tiramisú pero que sabía a tiramisú, y el helado casero de plátano…

Como hicimos la crítica al cocinero de las carrilleras, nos completó con unas bolas de helado de uva (muy rico, y con mucho mérito, porque es un sabor difícil de sacar), unas tarinas de crema de fresa (muy suave y tenue el sabor, deliciosas) y una galleta ultra fina para acompañar al café.

Propuesta de chupitos por parte de la casa… 12 días más tarde no recuerdo, pero el orujo blanco tiene la pinta de ser el seleccionado por mí ilustre persona.

Conclusión: un sitio de lo más recomendable, se come muy bien, el servicio es de lo mejor que he visto en tiempo (y mejor que el de sitios más caros), la atención del cocinero y el detalle de intentar compensar lo de la carrillera un plus, eso sí, no lo regalan, e incluso tuvieron un detalle que no me hizo gracia en este aspecto,
cobraron el aperitivo que te ofrecen en plan detalle mientras esperas, cosa que
creo que no se debe hacer, o bien avisarlo. En cuanto a la relación calidad-precio,
muy buena.

LA CHOPERA (Cardoso)

Nombre: Restaurante – Parrilla La Chopera

Dirección: Ctra AS-263 s/n – 33.593 Cardoso (Asturias)

Teléfono: +34 985.407.597

Web:

Día: 08 de diciembre de 2011

Motivo: comilona de amigotes.

Número de Personas: 7

Capacidad: 90

Servicio: 4,00 Comida: 5,40 Nota media: 4,65

Precio Total: 224,00 € IVA INC Por Persona: 32,00 €

Comentario: Uno de esos restaurantes que cuándo miras las páginas web buscando donde comer cerca de Llanes, uno de esos a los cuales me llevaron mis primos (que se pasan más tiempo por ahí, que en Madrid)…

Para llegar, el google maps no vale, el Tom Tom, tampoco… y mira que no es difícil, ni se esconde (el cartel azul hace mucho en pro de la visibilidad), de hecho esta al borde de la carretera, pero más te vale estar atento porque te lo pasas.

El concepto aparcar es una utopía. Tienes que dejar el coche mal aparcado por las cercanías. Aparentemente los picoletos no hacen muchas pasadas por la zona.

En cuanto al local, tiene tres zonas claramente identificadas, la terraza con dos comedores abiertos pero cubiertos, el bar, y el comedor interior. Las mesas de madera corridas, con bancos corridos, en plan rústico total. Las paredes con piedra en la zona baja, colores cálidos en la pintura, madera por doquier (la barra, la estructura, todo) todo ello resalta el ambiente de pueblo de toda la vida. La parrilla a la entrada del bar, con un expositor donde hay un montón de chuletones y “cochinadas” similares… incitando a comer.

Los baños son limpios, lo cual ayuda a tener una buena impresión.

Pues en ese contexto nos apuntamos un chofer de catering, un maniático de las telecomunicaciones, cuatro médicos (a ver si no nos va a dar un cólico y no tenemos medios de supervivencia suficientes) y mi ilustre persona.

Pedimos material para el vermú, léase, una caña, unos vermús de solera, coca cola light (ya sé que esa palabra en este blog está prohibida, pero bueno…) y un mosto. Lo normal, corriente.

Pasamos a la mesa, donde hay un cierto guirigay a la hora de decidirse, lo único claro fue la sidra (finalmente un par de botellas), y un poco de agua (los hay que teníamos que conducir).

Finalmente optamos por unos pimientos con anchoas, ensalada mixta, gambas al ajillo y revuelto de setas para compartir. Los pimientos de bote (vale de cristal), las anchoas pues bien, correctas, así que rico cuando tienes hambre pero desde luego para gastrónomos no es. La ensalada era una ensalada, sí señor, con un poco de todo y un bonito muy rico. Las gambas ricas con su toque de ajo bien ajustado, pero la verdad una ración escasa (sobre todo para siete). Y el revuelto, pues un poco insípido, pero la cantidad es más o menos decente.

Segundo plato, una de costillas, una de churrasco, y cuatro chuletones (uno de ellos compartido). Las costillas realmente tenían un buen aspecto, bien hechas de hecho un poco secas, una ración digna de ese nombre, y según comensal de buen comer, hasta ¡ricas! El churrasco lo mismo. Los chuletones, pues se ve en la foto, que queréis que os diga. Pues rico la verdad, lo mejor de la comida, mantequilla (y eso que el chuchillo no ayudaba), al punto de sal, y el acompaño (léase, patatas y pimientos asados a porrillo) a la altura.

Pasamos a los postres… para llorar, y lo malo es que en principio no íbamos a pedir de esas porquerías. Mus de avellana (que tenía aspecto de cualquier cosa menos de mus), tarta de queso densa en el mejor de los casos pero de sabor suave, un café escocés que se transformo en un irlandés por arte de magia y otra cosa, arroz con leche creo. Nada memorable, es más, destrozó el buen regusto de la carne.

Para beber… sidra. Pues eso, sidra del país, poco ácida (lo cual es bueno para las tripas), pero nada digno de ser descrito, y menos con un par de botellas nada más.

El servicio, pues, tristón, en ciertos momentos nos sentimos abandonados a nuestro destino. Vale que había gente, pero un poco de atención a lo que te dicen los clientes no está de más, y menos cuando se te supone un profesional del tema.

Conclusión: un buen sitio en mis recuerdos, cuando fui con Nieves, Camino y Carlos. Una decepción (exceptuando la cerne) con los otros. A mí, la verdad es que no me merece la pena hacer 120 km para comer ahí. En cualquier caso, podríamos decir, por ser majetes, que irregular.

CAFE DES ALLES (Montelimar - Francia)

CAFE DES ALLES (Montelimar - Francia)

Nombre: Cafe des Allees

Dirección: 33 Boulevard Desmarais – 26.200 Montelimar

Teléfono: +33 (0) 475 52 32 59

Web:

Día: 2 de abril de 2011

Motivo: comilona de amigotes.

Número de Personas: 4

Capacidad: 90

Servicio: 6,60 Comida: 6,40 Nota media: 6,50

Precio Total: 158,60 € IVA INC Por Persona: 39,65 €

Comentario: Bistrot de esos que hay a montones en Francia, pero en bien montado, y con ganas de agradar al cliente… de esos que intenta engancharte para que regreses de vez en cuando. Y se nota, por que lo consiguen.

Empezaremos metiéndonos con el entorno natural, es decir, una avenida en el centro de un pueblecito llamado Montelimar, que la verdad sea dicha, está bien cuidada, con su parquecito, y todo el tinglado. El concepto de coche (a menos que vivas allí) es casi imprescindible, pero se puede aparcar razonablemente bien sin dar demasiadas vueltas. Ojo, que hay parquímetros. Se hace notar que hay varios sitios como este, todos en fila, y todos con terrazas amplias (en nuestra factura figura la mesa 62).

El local es amplio, parte de los asientos están sobre sofás corridos, la iluminación es agradable (de noche incluso íntima), y los baños están separados… gracias!.

El servicio… lo mejor del sitio, majetes, rápidos, y están a la que salta, por lo que controlan razonablemente bien el local y la terraza. Hay unos cuantos camareros (en España se hubiesen apañado con menos gente posiblemente) y eso hace que a veces haya un cierto “desnivel” a la hora del servicio. Tenemos que decir, no obstante, que parte del peloteo vienen de que fuimos con un cliente VIP, el bueno de Román. Como dije al principio hacen el esfuerzo de intentar engancharte al restaurante a base de pequeños pero elegantes detalles.

Empezamos con los que los franceses llaman “l´apero”, dícese en castellano ¡los vermús!. Según la factura 4 martinis rojos y 12 ricards (anisete pastoso que produce unas resacas monumentales) pero creo que fueron un par de rondas más las que fueron a morir a nuestro paladar por obra y gracia de los del servicio. Como tapa, si se pude calificar como tal, unas dignas aceitunas aliñadas y cacahuetes… no es mucho, pero conozco sitios en España donde si eso.

Debido a la hora, al solete que nos calentaba la cabeza (no había toldos todavía) y el efecto del “apero”, optamos por calzarnos un plato más o menos grueso cada uno. Hay que decir que la carta es corta, repartidas en entrantes (ensaladas básicamente), pasta, carnes, pescado (o asimilables) y postres…

Nos decantamos por una de “bavette de beau”, un entrecot del mismo tipo de bicho, una de raviolis al cangrejo de río, y una de salmonete… en el siguiente orden, para Román, mi ilustre persona Tano y Aleix.

La “bavette” es una pieza que es la parte baja del solomillo del buey, por que no te pierdas, los franceses diseccionan al bicho es más cachos que los argentinos. En este caso servida al punto, tirando a sangrante, rodeada de una montaña de patatas congeladas convenientemente fritas y bañada en salsa de pimienta. Según el comensal (supongo que sin hacer publicidad al garito de sus amigos) dijo que estaba tierna, eso si dejo parte de las patatas.

El entrecot era un cacho respetable de carne tierna, sangrante, y sabrosa… acompañada de patatas (de congelador, una pena) y de lechuga (con una salsa densa y picajosa que quedaba muy bien). En pro de mi dieta hipocalórica tenía un trozo de mantequilla salada encima, que la verdad le terminaba de dar el puntillo de sabor.

Los raviolis… curiosamente sabían a cangrejo de río, cosa que no muchos consiguen. Una ración decente, especialmente para el comensal que come como un pajarito, pero que comparada con otros platos, quizás un poco justa. La pasta estaba “al dente”.

Y el salmonete estaba bañado en una salsa de dudosa apariencia, acompañado de verduras variadas y un “flan” de puré y calabaza. El pescado estaba en su punto (ni muy ni poco hecho) las verduras tenían un aspecto de frescas que se morían y el flan estaba razonablemente bueno (especiado por cierto). No quedó nada en el plato, doy fe.

Para bajarlo un vino de la tierra, uno de la D.O de Côtes du Rhöne, llamado Seigneur de Lauris, del 2007, que tiene un bonito 92 en la guía Parker… Potente y complejo en boca, dejando de por medio sabor a compota de frutas y algo de madera, que se te queda en el paladar. Es un buen vino para carne.

Pasamos de postre y asaltamos el café y los licores, unos de manzana que levanta muertos, y cognac. Correctos sin más… eso si digestivos de verdad.

Respecto del resto de la carta, que no probamos en esta ocasión si no en posteriores. Las ensaladas tienen una pinta de ser cuando menos potentes y sabrosas, bien servidas (con hambre no quedarás), el steak tartar hecho por ellos es suave, rico, no demasiado especiado… y detalle de clase, cortado con cuchillo como Dios manda. La choucroute espanta. Esta rica pero tiene dos peros, uno es que el plato es demasiado pequeño para la cantidad, y el segundo es que el codillo no les termina de quedar bien.

Conclusión: un buen sitio, no especialmente caro (en cuanto le quitas el exceso de alcohol se queda en 27 €/persona), con opciones a menús (muy recomendables), con un trato cercano y una comida razonablemente buena.

LE CRILLON (Avignon - Francia)

LE CRILLON (Avignon - Francia)

Nombre: Restaurant Le Crillon

Dirección: 15 Place Crillon - 84.000 Avignon

Teléfono: +33 490.271.701

Web: www.restaurantlecrillon.com

Día: 10 de abril de 2011

Motivo: preparar el turismo.

Número de Personas: 2

Capacidad: 70

Servicio: 6,00 Comida: 6,70 Nota media: 6,35

Precio Total: 104,00 € IVA INC Por Persona: 52,00 €

Comentario: Bueno, con el Ilustre Sr. D. Aleix, me dedique a pulular por Avignon por segunda vez, con la idea de ver el palacio de los papas, lugar realmente interesante y espectacular para ver.

Antes de eso, nos dedicamos a tomar fuerzas en un restaurante majete que hay cerca de la muralla que circunvala el casco antiguo, en la plaza Crillon. Lo bueno del casco antiguo es que se puede patear, así que el coche no hace falta dejarlo justo al costado (algo razonablemente complicado).

El restaurante esta dividido en dos, el garito en si y la terraza, que como hacía bueno nos dimos el placer de disfrutar. En cuanto al garito tengo que decir que es una única sala con la barra al final, con todas las mesas bien pegadas con lo que no hay intimidad y cuyo estilo de diseño es moderno y un tanto recargado… el terciopelo y las sillas de cuero no tienen precio en verano. En el exterior mesas para dos que se juntan según la necesidad de los comensales, de tamaño correcto, nada excesivo (hay que aprovechar el espacio), con unos manteles color llamativo y sillones de materiales naturales como el bambú.

Los servicios limpios… y creo que separados niños para un lado niñas para el otro, algo no muy corriente en Francia.

El servicio correcto, atento, más o menos eficiente, pero nada extraordinario. La simpatía no estaba entre los dones que sus padres les dieron a estos chavales, pero eran educados, que es lo que se les pide al final.

Empezamos con un aperitivo, vermú para Aleix, cañita (llamada “pression” por los aborígenes) que acompañaron con un sucedaneo de oliva negra que estaba razonablemente rico.

En cuanto al vino nos decantamos por un Gigondas del 2009 llamado Domaine Carobelle, según mi criterio un vino estupendo con cuerpo (en plan Bierzo para que nos entendamos) con sabor a frutas rojas, según página web especializada “color violeta en el vaso, sabor a frutos rojos, especiado, con taninos algo marcados en el retrogusto, y un final ligeramente seco”… supongo que lo dirán por lo de llevar garnacha a destajo.

La comida, un entrante cada uno, un plato principal, y un postre… tíos elegantes como nosotros no dejan restaurante sin arrasar convenientemente.

Las entradas, “pastilla de chévre” para mi, y tartar de atún para el colega. La pastilla en cuestión es un saco de hojaldre, con queso dentro, pimiento rojo y berenjena caramelizados, sobre una cama de ensalada y con un poco de helado artesanal de queso. La verdad es que estaba rico, con una mezcla de sabores muy bien onseguida, y la cantidad era buena para ser un entrante. En cuanto al tartar de atún la cantidad aceptable, el sabor, bueno, sabía a atún marinado (que es lo normal cuando le echas los condimentos de rigor), pero la textura dejaba mucho que desear por parte del comensal, trozos muy grandes, como poco elaborado, una pena.

De segundos, “souris d´agneau confite” para mi, y entrecot para el compañero de aventuras… El entrecot era una pieza digna (unos 300 gr), poco hecha al gusto del peticionario, acompañada de patatas fritas caseras y salsa de pimienta verde de Penja (a saber donde esta eso). La definición es rica. Lo mío era un poco más complicado, en un vol, nadando en una salsa muy especiada y algo dulce (por el sabor de los frutos como pasas) andan cachos sabrosos (aunque quizás demasiado hechos) de cordero confitado y verdura para parar un tren. La mezcla es curiosa todo hay que decirlo, a mi personalmente la parte dulzona me sobra un poco, pero el plato es contundente y diferente… y no estuvo mal, lo deje vacio.

Los postres: “déclinaison de deserts” para mi y “déclinaison de autour du chocolat” para el de enfrente. Lo mío no deja de ser una ensalada de frutas (véase fresas de la zona y naranjas) con una bola de elado de limón y una panacota, todo ello sobre un cacho de pizarra negra. Un postre fresco, rico y digestivo, en cantidad justa. La declinación de chocolate era básicamente un browny y una bola de helado de chocolate. La gracia la ponía el browny que tenía caramelo en el interior… a tenor de la velocidad a la que fue degustado el postre podemos decir que estaba bueno.

Conclusión: buen sitio, razonable en cuanto a precio teniendo en cuenta que hablamos de Francia, y de una ciudad turística, de hecho la relación calidad-precio es buena en tierras gabachas. Ofrecen la posibilidad de menús, que siempre es más rentable. Comida interesante, bien presentada, pero a la que le falta un cierto “yonosequé”.

AU PIED DE FOUET (París)

Nombre: Au Pied de Fouet

Dirección: 45 Rue de Babylone – 75.007 Paris

Teléfono: +33 147.051.227

Web: www.aupieddefouet.com

Día: 7 de mayo de 2011

Motivo: Preparación pre-borrachera.

Número de Personas: 3

Capacidad: 30

Servicio: 5,90 Comida: 6,00 Nota media: 5,95

Precio Total: 126,60 € IVA INC Por Persona: 42,20 €

Comentario: la verdad es que no es el mejor restaurante en el que he estado, pero pese a todo merece la pena visitarlo… la gracia esta en el ambiente, por que el resto es más o menos discutible.

La historia empieza con la idea de irnos de fiesta (¡otra vez!) por parte de Pedro Esteban, uno de los grandes en cuestiones de fiestas y eventos varios, el Ballesteros de la juerga, que hace mención de cierto garito de su barrio, garito que en le argot de los franceses se llama bistrot, que tiene ganas de probar.

El bistrot en cuestión esta en uno de los barrios pijos de París, por lo que aparcar es imposible, y el precio aumenta proporcionalmente. Esa es la primera en la frente, eso si, hay metro a 200 m. Estamos salvados.

El local tiene una fachada pequeña, en plan antiguo (años 40 en el mejor de los casos), con una barra a la izquierda donde te atiende una elegante pero seca señorita, a mano derecha 3 mesas, y las escaleras que te permiten acceder al piso de arriba en el cual podemos decir que las mesas están apelotonadas. El servicio fuera, en el patio trasero. Podemos decir que el ambiente es agradable en cuanto a luz, temperatura, colorido y ruido… importante, esta limpio.

Lo primero (detalle positivo) es que nos sirve un aperitivo (un kir) mientras nos preparan la mesa, de hecho, tenemos que esperar por que uno de los catadores oficiales se retrasa y se niegan a darnos una mesa.

Una de las particularidades es que no reservan, la comida se sirve a toda leche, y te echan a toda leche en el momento que dejas de consumir… siempre hay cola, y por lo tanto, se lo pueden permitir.

Nos meten en una mesa para 8, ya empezamos, cuando nos damos cuenta nos encontramos con dos californianos que son empotrados contra nosotros, y luego a
nada, tres germánicos. Así que mesa intercultural. Fue una de las cosas buenas
de la noche, la chachara en el comida, y las risas varias cuando intentan que
los yanquis se gasten la pasta (nada de compartir) y luego echar a los alemanes.

En cuanto al servicio, lo mejor que se puede decir es que es peculiar, razonablemente amable, políglota, muy rápido, pero con unas prisas para que dejes la mesa libre a mi vista inaceptables… por cada comensal lo ganan, me parece bien lo de la rotación, pero todo tiene un límite.

La comida: pate y ensaladas de primero, un plato principal y postres. Un clásico. El pate era el típico pate de “campagne” que dicen los franceses, rico, sabroso, un poco seco, pero de cantidad razonable (unos 125 gr). La ensalada de patatas era simple hasta no poder decir más, pero tenía aspecto de fresca y estar buena (no quedó nada en el plato): Mi ensalada de mollejas… eran mollejas confitadas, y estaban rodeados de lechuga ligeramente aliñada. Pues mire ud., las he probado mejores, estaba rico, pero de ensalada de mollejas poco.

En cuanto a los principales, dos de confit… con puré de patata (mi madre que herejes) y una de merluza. El confit estaba seco (por lo menos mi pieza), el puré bien aunque la tradición marca patatas fritas en grasa de oca; hay que decir que una vez terminé el plato estaba razonablemente seguro de sobrevivir a la noche, grasa no le faltaba. La merluza sorprendentemente rica según Pedro, tenía aspecto de fresa y estar al punto de cocción perfecto.

Los postres, una montaña de queso para el niño, y dos “panacotas” con salsa de frambuesa. Las “panacotas” que es un postre muy en boga en Francia, debían estar ricas por que los recipientes quedaron sorprendentemente limpios. Los quesos ricos, abundantes, pero con una presentación deplorable, los habían tirado en el plato literalmente.

El vino, dos botellitas de la D.O Côtes de Blaye, cuya marca no recuerdo, y que
eran correctitas, mejores que el borgoña y el burdeos que pidieron los otros grupos. Tenían cuerpo, cierta acidez, y un tono a madera en el fondo.

Café y copa… cuando vi mi precioso armagnac en una copa de vino corriente casí me da un soponcio cerebral, pero que le vamos a hacer.

Conclusión: Ambiente divertido si te adaptas, sartenazo si te pides más vino del recomendable, y si pides “digestivos” (si no se quedaría en unos 28 €/cabeza); comida… bueno, bien, pues eso; y un servicio peculiar.

CHEZ LULU (Avignon - Francia)

Nombre: Chez Lulu

Dirección: 6 Place des Châtaignes -  84.000 Avignon

Teléfono: +33 (0) 490 85 69 44

Web: www.chezlulu-avignon.com

Día: 20 de marzo de 2011

Motivo: reposar el turismo.

Número de Personas: 1

Capacidad: 16

Servicio: 5,90 Comida: 6,10 Nota media: 6,00

Precio Total: 36,00 € IVA INC Por Persona: 36,00 €

Comentario:

Después de pulular un buen rato por la espectacular cuidad de Avignon, conocida por ser sede papal durante una buena temporada, y por tanto de los restos arquitectónicos medievales que dejaron los señores esos con nombres como Benedicto, Inocencio o Urbano, decidí que tenía que reponer fuerzas…

Este garito esta detrás de una bonita iglesia, cerca de una plaza medio recóndita, y llama más bien poco la atención, de hecho parece más un café que un restaurante. El concepto aparcar cerca es una utopia, se recomienda encarecidamente eso de ir a pata (que además es una excusa estupenda para saquear la despensa de los restaurantes).

El local es pequeño, coqueto, de colores neutros y tranquilos, la barra al fondo, los baños arriba (una escalera un pelín pindia), entre retro y moderno, música negra de los 60 para dar ambiente (quizás un poco alta, se nota demasiado), con mesas de Ikea.

La atención es correcta, están razonablemente atentos, y controlan lo que hacen, pero intentan venderte siempre lo más caro de la carta, en vez de intentar el compromiso calidad/precio. También hay que decir que salen a fuera a leerse el periódico, lo cual no deja de ser paradójico. También esta el hecho de que me quisieron cobrar una botella entera en vez de la copa que me tome… 20 euritos del ala de diferencia.

El vino, esta vez vamos a empezar por aquí, una copa (a 5 €/ud.) de la denominación Crozes-Hermitage AOC, de 2009, no me acuerdo del nombre, como siempre un “Domaine de…”. Untuoso, sabroso y con taninos, no mata el sabor de los que acompaña, da matices. Bueno para darle a la carne, pero tampoco me pareció especialmente espectacular.

Te dan un “mise en bouche”, que es un potingue a base de aceituna negra condimentada y triturada, que estaba rico y con la idea de uq e te pulas el vaso de vino como quién no quiere la cosa.

Primer plato: “parfait de foies de volaille à notre façon, toast et mesclun”. O sea, en cristiano, una mezcla de foies de aves de corral (más bien poco densa), con algo de ensalada al lado, y pan recién tostado. Yo que soy un amante de foie me parece que es un poco pobre el invento, pero hay que reconocerle que es resultón. La cantidad es buena, y ayuda a compensar que no es foie de verdad.

Segundo plato: “Magret de canard, jus de viande au combava, et purée de patates douces”. Para tarugos como yo, pechuga de pato con salsa de carne y combava (que es una fruta rara de esas que viene del sudeste asiático), y puré de patatas. Pues mira tu que el invento estaba bueno, el magret más bien escaso, pero justo en su punto (que es difícil de conseguir), la salsa densa y con sabor acompañando bien al plato, y el puré… rico, rebajando el sabor de la patata con zanahoria. La verdad es que estaba conseguido.

Postre: “Blanc manger au safran, mandarine pochée et caramel au Gran-Marnier”. Todo un postre… una mus compacta de yogur y azafrán (se le supone) y mandarina caramelizada. Estupendo de aspecto, de sabor, me quedo con la mandarina es que lo que vale del plato.

Conclusión: esta rico (sin salirse), esta bien (menos cuando intentan meterte una botella en vez de una copa), pero desde luego no vale lo que se paga. También hay que decir, que estás en plena zona turística y eso cuenta a la hora de la factura.

LOS TRONCOS (Santander - Cantabria)

Nombre: Restaurante Los Troncos

Dirección: Calle Dr. Fleming, 5  -  39.005 Santander

Teléfono: +34 942 270 462

Web:

Día: 6 de agosto de 2010

Motivo: Comilona de amigos.

Número de Personas: 3

Capacidad: 40

Servicio: 8,00 Comida: 8,20 Nota media: 8,10

Precio Total: 186,80 € IVA INC Por Persona: 62,26 €

Comentario:

Esto lo quiero dedicar a D. Toño Torres, mi padrino, que me inculcó en la medida de sus posibilidades el amor por la buena vida y la mesa bien dispuesta.

La historia empieza en ese sitio infernal llamado Facebook, donde Oscar, antiguo compañero de clase, escribió esta gran frase en mi perfil “He estado leyendo el blog y das miedo, si vienes a mi restaurante no se si dejarte entrar eh, jajajajaaja, un saludo......” Así que si, hemos entrado, hemos comido, criticado, y ahora perpetrado esta entrada al blog. Y esta vez, con gente de peso, Ignacio Cavia y Ricardo Segura (no, el actor no, el médico que potencialmente nos podía salvar la vida en caso de embolia o similar)

Puedo decir, sin miedo al error, que este es uno de los cinco mejores restaurantes de Santander en cuanto a calidad/precio, independientemente del gusto culinario de uno. Esta a un nivel que he visto en pocos sitios en España, dentro de lo que podemos denominar comida tradicional.

Como siempre empezaremos metiéndole el dedo en el ojo por la parte de local y entorno. Estamos en el Sardinero, al lado de la segunda playa, un entorno bastante bonito, plagado de guiris en estas épocas del año, donde aparcar no es evidente por la afluencia de gente a la playa. Gracias a Dios, tenemos media docena de líneas de autobús que pasan al lado (la planificación de Ayuntamiento no tiene desperdicio) así que estamos salvados en caso de empacho alcohólico. Para después de la comida un paseo por la costa esta obligatoriamente prescrito por el médico de turno. 

El local tiene dos partes, el bar, y el restaurante propiamente dicho, empezamos con el bar; limpio, luminoso por la entrada de grandes dimensiones, decoración a medio camino entre moderna y de toda la vida, con la cocina al fondo donde puedes ver como se pegan los cocineros con los fogones; la sala comedor el ambiente es claramente marinero (pero de ese marinero que va en yate de 50 m de eslora, nada de tonterías) con tonalidades cromáticas que incitan a cierto recogimiento, a la tranquilidad y a disfrutar la comida. Desde luego dista de ser el típico restaurante donde todo se hace a gritos desde pedir a cocina o charlar con el que tienes al lado. Al fondo unas vidrieras le dan un toque realmente de clase…

El servicio, fantástico, saben estar tienen bien cogido lo de los tiempos, por ejemplo, cuando hacerse presentes para quitarte un plato o servirte más vino, sin dar el cante, mientras tu sigues por el periplo culinario. Saben hasta poner y quitar los cubiertos con arte, cosa no muy común últimamente, por que la profesionalidad es un bien escaso. Además, a otros clientes, que eran evidentemente guiris, les explicaron como llegar hasta “no-me-acuerdo-donde-puñetas” lo cual es todo un detalle de amabilidad.

Hay que decir que el restaurante no estaba especialmente lleno, lo cual ayuda a que el servicio sea más personalizado, pero creo que darán la talla los chavales (si hemos ganado el mundial todo es posible). El plus lo puso Oscar, el dueño, que se dedicó a atendernos, hacer sugerencias varias, y soportar las críticas…

La  comida. Una palabra buena sería ambrosía…

Empezamos en la barra, con las cañas de rigor y tapita, bien tiradas ellas, y tapita decente. En la mesa nos dejamos llevar por Oscar y sus recomendaciones, por que al ir a cata, lo más fácil es no romperte la cabeza y dejar que te seleccionen lo que creen que es lo bueno. La carta en si es muy interesante, extensa no, la verdad, pero si bien estructurada. Los platos fuera de carta son casi tantos como los escritos en el tema del pescado, la especialidad de la casa.

Sufrimos enormemente con una cosa llamada “tartar” de atún rojo, sufrimos por que se nos acabo cagando leches. Según todos fue lo mejor de toda la comida. Dos montoncitos de taquitos muy finos de atún fresco que se deshacen en la boca, con su cebollita y demás verduritas picadas, el macerado delicado. Todo ello hace un conjunto fino de sabor, textura agradable en el paladar, simple y llanamente excepcional.

Posteriormente le dimos caña a unas cocochas de merluza, rebozadas sólo en huevo, y pasadas por la sartén. Muy ricas de sabor, de hecho un sabor puro sin aditivos (lo que no pasa cuando te las comes en salsa, o con un rebozado más compacto), al punto de sal perfecto, se deshacen en la boca (como en el caso del atún) muy melosas… el único pero, que eran relativamente pocas. Hay que decir que siempre son pocas, pero en este plato se nota más por que deseas más.

Luego el changurro al horno. La verdad es que no nos apasionó, hasta dijimos que tenía sabor de fondo a queso cuando no lo tenía (nótese el error garrafal). Servido en la propia cabeza del centollo, vemos un potingue con la carne desmenuzada del bicho, y nos metemos con ello. Sabor potente, recio, salado, y claro (normal) a centollo. No dejamos nada (que se note que mamá nos educó bien). Luego Oscar nos explico el quién, como y donde del plato, pero eso es secreto, no vamos a destripar el restaurante que entonces le hundimos.

Estos tres platos los bajamos con un Pazo Señorians, un albariño del 2008, increíble, Elegancia, carácter, complejidad, grandeza, sutileza son palabras que lo definen… Este vino resulta que es un ensamblaje de los distintos vinos albariño de la bodega de una tal Marisol Bueno, y se elabora con un mínimo de 4 ó 5 meses de crianza en tanques de acero inoxidable, por lo que mantiene toda su frescura y aromas. De color amarillo pajizo, este vino nos da una elegante complejidad frutal y deja en boca un sabor envolvente, sabroso, graso y de gran equilibrio. Es más, el crítico de la revista Wine Enthusiast Michael Schachner, lo ha considerado el mejor blanco de España en su listado de los diez mejores vinos españoles publicado en el número de septiembre 09 de la prestigiosa revista.

Luego, como somos chavales de buen comer, le pedimos más a Oscar, y nos decantamos finalmente por la carne… un chuletón de 1,200 y unas mollejas a la plancha para el que suscribe.

Para mi gusto, y coincidimos más o menos todos, el segundo plato después del tartar. Cantidad buena para uno, sabor impecable, una textura exquisita, un aroma, unos matices que hacen de este plato una autentica delicia si te gusta la casquería. Me podría extender, pero lo mejor es sólo decir, “probadlo”.

El chuletón era de los de verdad, con el compaño a parte (como en los sitios serios y de derechas), una carne muy tierna, jugosa y sabrosa, con el sabor de la carne de una pieza madura. Un color, una presencia, y un corte magníficos. Aquí entienden que también se come con los ojos, y se aplican. El despiece es perfecto, por que no te tienes que pegar con el hueso, y la grasa seta torradita lo justo, dando sabor. Obviamente, tampoco quedo nada en el plato.

Por si fuera poco, el bueno de Oscar se permitió empacharnos con unos callos, una de las especialidades de la casa. Untuosos, ricos, sabrosos y de salsa inconmensurable, pero para nuestro gusto un poco flojos en el aspectos del picante... hay que decir que como tienen que agradar al gran público, este es un tema sensible, y tienden a ser ligeritos. 

Estos dos despropósitos gastronómicos, sobre todo desde el punto de vista de nuestro perímetro, se fueron para dentro con una botella de Malpuesto del 2007. Un rioja crianza de las bodegas Orben (fundadas en 2005), tiene como base unas cepas de una edad media de 80 años y una producción de unas 5000 botellas anuales, y una puntuación Parker de 92+. Potente, con mucho cuerpo, tiene un color cereza intenso y brillante, esta lleno de aromas frutales, y sobre un fondo a madera nos deja en la boca el gusto de arándano y regaliz (creo), es carnoso, de taninos suaves y un toque amargo… Muy bueno.            

Los postres… Los niños se dieron un homenaje a base de café escocés, y yo a base de café solo y un irlandés sin más. La cara de satisfacción de los dos trogloditas que me acompañaron en esta aventura no tenia precio, supongo que estaría bueno. El whisky era un  Connemara Peated Single Malt, de color ligeramente dorado, un aroma a turba humada con un deje a miel y roble, el sabor en un primer momento suave de miel, seguido de una “patada” de turba, con un complejo equilibro de notas entre vanilla y roble.

Conclusión: teniendo en cuenta que éramos unos enchufados y hay descuento, 62 euros por cabeza invitan a no venir todos los días, pero puedo decir que son los mejor invertidos en un restaurante de una larga temporada para acá. La calidad del producto es increíble, la preparación esta a la altura, el servicio es francamente bueno y el ambiente te permite disfrutarlo. Lo dije al principio, de los 5 mejores de la ciudad.